Huida de Innsmouth(5): El Telegrama

Patry O’Connel (Buscavidas)                      –             Hernán

Colin O’Bannon (Jugador)                           –              Toño

Liam McMurdo (Conductor)                         –              Soler

Greg Pendergast (Fotorreportero)              –              Jacin

Thomas Connery (Infante de Marina)          –              Bea

Jacob O’Neil (Sargento de Policía)              –              Raúl

Annie O’Carolan (Cazadora de Libros)        –              Sarita

New York. Erase una vez en un hotel de la Gran Manzana…

Patry O’Connel abrió la puerta de una suite en uno de los hoteles más caros de la gran ciudad. Lucía un elegante picardías bajo una bata de seda que parecía haber sido tejida para adaptarse a sus esculturales curvas y, derrochando encanto, se despidió con un largo beso en la mejilla de un obeso concejal, aburrido de su mujer, aburrido de su trabajo, aburrido de su dinero y al que Patry había animado la noche.

Aunque dentro de unas noches pretendía aguarle la existencia.

Mientras observaba como el tipejo se tambaleaba hasta el ascensor, su mirada fue a dar con un sobre certificado, depositado en una bandeja de plata ante su puerta.

Un telegrama.

En el remitente, Patry leyó la palabra Arkham y lo primero que imaginó fue que el borracho de su padre por fin había estirado la pata. Una vez dentro de la habitación, leyó el telegrama donde aparecían otros nombres, nombres que le hicieron recordar tiempos mejores. Tiempos únicos. Tiempos inolvidables.

Nombres que le insuflan un poco de calor a su frío corazón.

Abrazó el telegrama, se abrazó a si misma, como si abrazase a un viejo y muy querido amigo.

Boston. Una Taberna Clandestina, con alcohol clandestino y una clandestina partida de póker.

Colin O’Bannon  salió del tugurio. Miró a derecha y luego a izquierda. Luego otra vez a la derecha. El whiskey le enturbiaba un poco la vista y no estaba seguro de si ese montón de desperdicios no pudieran ser una figura agachada. Parecía que no. Colin O’Bannon se sentía satisfecho consigo mismo. ¡Qué cojones! Estaba contento. Esa noche había ganado. Eso también le hacía estar preocupado. Había muchos malos perdedores en el mundo.

Callejeó un rato, apretando el revólver del calibre 32 que llevaba en el bolsillo de la gabardina, hasta cerciorarse de que nadie le seguía, ni nadie le estaba esperando. Llamadle paranoico si queréis, a Colin O’Bannon se la suda. Prefiere ser precavido en la vida y arriesgado con las cartas.

Llegó hasta el hostal de mala muerte donde había malvivido los últimos meses. Al entrar, descubrió que la gobernanta había colado un sobre bajo su puerta. Pensó que sería un aviso por no pagar el último mes… pero no.

Un telegrama.

Como buen jugador, Colin O’Bannon no se inmutó cuando leyó su contenido. Y eso que su corazón martilleaba contra su pecho como hacía años que no lo hacía. No. Impasible, cogió lo poco que tenía y salió de su cuartucho, y luego del hostal, mirando siempre antes a izquierda y derecha. Callejeó un buen rato, hasta cerciorarse que nadie le seguía, y llegó a la estación de autobuses donde compró un billete para el primer bus que pasaba por Arkham.

Si supierais un poco más de Colin O’Bannon sabríais que se estaba marcando un All In.

Queens. Al Otro lado del salpicadero de un Packar Twin Six

Era difícil mantenerle la mirada a Liam McMurdo, así que el mensajero clavó la vista en el magnífico coche que estaba Liam encerando en el taller.

— Que pedazo de coche —comentó—. Es como los que llevan los gangsters en las películas.

— Lo sé —espetó Liam—. Es una maravilla tecnológica. Y es mío.

El mensajero le lanzó una rápida mirada y se llevó la mano a la cara.

— ¿La Guerra?

— El hermano gemelo de este pedazo de coche.

— ¿Cómo?

— Es una historia muy larga, chico. Adiós.

El mensajero puso pies en polvorosa y Liam McMurdo pudo leer lo que le habían enviado.

Un telegrama.

Espetó una palabrota. Aunque en el fondo estaba a rabiar de contento. Tenía unos pocos dólares pero eran suficientes.

No se despidió de nadie. No había nadie de quien despedirse. Se montó en su impoluto Packar Twin Six y puso rumbo a Arkham.

Puso rumbo a casa.

Baltimore.  De Fotos, cigarrillos y bates de baseball.

Greg Pendergast comenzó a toser, chasqueó la lengua y apagó el cigarrillo que acababa de encenderse. Sí, fumar ayudaba a hacer contactos, nadie lo ponía en duda, pero Greg odiaba los cigarrillos.

Volvió a pasar la vista por el taco de fotografías que sostenía en sus manos: Un tipo al que le habían pegado un tiro en la nuca, su cabeza sobre el volante de su y la sangre, negra como la tinta, salpicando el parabrisas. Tres policías fumando y charlando ante el cuerpo retorcido de un chivato local, un negro que tocaba el jazz y fumaba hierba. Un banquero que le había hecho una felación a su escopeta de caza. Un tarado que se había ahorcado con los pantalones bajados.

Todo buen material. En el Baltimore Xtrange iban a estar muy contentos con él.

Llamaron a la puerta. Un mensajero.

Un telegrama.

Cuando Greg comenzó a leer su mano dejó caer el taco de fotografías que se desperdigaron por el suelo. Una cascada de instantáneas truculentas. Con el ceño fruncido, clavó su mirada en el bate de baseball que había colocado en un soporte anclado en la pared de su saloncito.

Diez minutos después, en la calle, llamó a un taxi. A sus pies había una vieja maleta y, atada a ella por dos buenas correas de cuero, el bate de baseball.

Plymouth. En tierra firme.

Tras seis meses, el USS Providence había finalizado sus maniobras por los mares cercanos a Cuba. Tocaba una semana de descanso y las tropas lo sabían.

Thomas Connery agradeció poder pisar suelo americano, lanzó una melancólica mirada sobre el buque en el que se habían hacinado esa temporada y se internó junto a sus camaradas en los barracones. Mientras bromeaban, recordando anécdotas y hablando de ligues y novias, el sargento de intendencia entró gritando “¡Correo, correo!” Thomas recibió la habitual docena de cartas de su madre…

Y un telegrama.

Embutió sus pertenecías en el petate y salió disparado de los barracones. Sin despedirse. No había tiempo. Mientras hacía autostop en las afueras del campamento, un camión de suministros le recogió.

Tuvo suerte. Resulta que pasaba por Arkham.

Bangor. Cafetería O’Keaf.

El sargento de policía Jacob O’Neal depositó un casto ósculo sobre la mejilla de Darlene O’Keaf, su prometida, que rió como una colegiala.

— Tus tortitas están excelentes —la elogió.

Darlene se ruborizó. Era camarera de la cafetería de polis irlandeses de la ciudad. Siempre hay una cafetería llena de polis, y en nueva Inglaterra, suelen ser irlandeses. Y los polis irlandeses suelen hablar maravillas de las tortitas de las camareras de sus cafeterías. Pero sólo Jacob O’Neil conseguía ruborizar así a Darlene O’Keaf.

Los dos estaban en el callejón de la cafetería. Él de uniforme, ella también.

— Quiero que no te preocupes… pero tengo que irme de la ciudad unos días.

— Pero… ¿Cómo? Jacob nos casamos en la víspera del Samhain.

— Lo sé, lo sé… y estaré aquí mucho antes… es sólo que… ha pasado algo en Arkham…

— ¿Tus padres?

— Sabes que no me hablo con ellos desde hace años. No… es por… uno de mis amigos. De los Finns —Jacob sacó un sobre y se golpeó con él en la visera de la gorra.

Un sobre certificado y ¿adivinad que había dentro!

Claro que sí. Un telegrama.

— Creo que está en problemas y debo ir a ayudarle.

Darlene le tomó de las manos y las apretó.

— ¿Muy amigo? —preguntó ella.

— El mejor.

Nueva Orleans. Té y pastas con el Doctor Herny Armitage.

Annie O’Carolan estaba sentada en la cafetería de uno de los mejores hoteles de Nueva Orleans. Ojeaba un periódico mientras un té rojo humeaba desde la taza de exquisita artesanía que había ante ella.

Un anciano de ojos cansados, recortada barba blanca e impecable chaqueta de tweed se posicionó ante ella.

— Señorita O’Carolan.

Annie alzó la vista del periódico, divertida, luciendo su sonrisa más impecable.

— Profesor Armitage.

Mientras Armitage se sentaba ante ella, Annie deslizó con el pie un pesado maletín. Por eso había escogido ese café, sus pulidos suelos de mármol blanco era idóneos para empujar cosas.

— No pude encontrar una de tus peticiones.

— ¿De veras? Estaba seguro que… —Armitage se paró en seco y contempló la descarada sonrisa de pícara que se dibujaba en el rostro de la muchacha—. ¿No pudiste contenerte, verdad?

— La Universidad de Harvard estaba muy interesada —confesó Annie antes de darle un recatado sorbito a su té—. Triplicaron su oferta.

— ¿Triplic…? Dioses, ya querría yo disponer de semejantes fondos universitarios.

Annie detectó algo en la mirada del profesor. Apenas había prestado atención a su pedido.

— ¿Pasa algo?

— Bueno… aprovechando mi viaje, una conocida de ambos me ha pedido que te entregue esto –reconoció Armitage mientras le tendía un arrugado periódico.

Dentro del periódico había un telegrama.

Annie lo tomó y leyó detenidamente su contenido.

Preocupante noticia en el Arkham Adversiter STOP

Brian Desaparecido STOP Estamos muy preocupados STOP

Reúnete conmigo el 20 de octubre, a las 20hs STOP

Cafetería Pickman, Arkham STOP

Marjorie Burnham

Annie dejó el telegrama sobre la mesa e intentó que sus dedos no temblasen mientras le daba otro delicado sorbo al té. Inspiró profundamente y abrió el periódico.

Innsmouth Noticia 1

El profesor Henry Armitage se sorprendió por la sangre fría de la muchacha. Annie no dio muestras de entristecerse, apenarse o enfurecerse por lo que había leído. Se mostró educada y cordial, se terminó el té, aceptó el pago por su trabajo, le dio las gracias y no tardó en disculparse por tener que dejarle tan precipitadamente, pero debía irse a casa a prepararse para un viaje.

Un viaje en el que iba a volver a casa, a Arkham.

Y que posiblemente la llevaría a visitar la ciudad maldita de Innsmouth.

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