Como decíamos ayer…

Sí, llevo una temporada desaparecido. Pero he vuelto y vamos a ver si cojo esto con fuerza y vuelvo a ponerme para acabar este proyecto.

Así que, un breve (espero) resumen de lo acaecido hasta ahora en las Máscaras de Nyarlathotep.

Greg Pendergast (Fotorreportero convertido en escritor desprestigiado) y Annie O’Carolan (Cazadora de libros, obsesionada con el Chaat Aquadingen) reciben un telegrama de Jackson Elias, un periodista con el que se cruzaron en Innsmouth (y que, cosas de la vida, trabaja en la misma editorial que Greg)

Reunen a los Finns, unos días antes de la llegada de Jackson a Nueva York. Los hombres que fueron a Innsmouth, no eran los mismos que los chicos que se conocían en Arkham, y los que se reunen en Nueva York también han cambiado.

Colin O’Bannon, antiguo tahúr hijo de un mafioso, es ahora agente federal de un departamento «especial» del director Hoover. Y de hecho tuvo mucho que ver con la caída en desgracia de Greg.

Patry O’Connel, ya no existía. La exuberante rubia se había teñido de pelirroja y decía llamarse Madame Loconnelle, Nelly, una pitonisa que utilizaba un ídolo de un cefalópodo en sus sesiones espiritistas… aunque eso no lo iba contando a cualquiera.

Thomas Connery, continuaba siendo militar (o eso decía) tras haber estado «retirado» una temporada. Los Finns aún no sabían que para controlar su paranoia, fumaba opio.

Liam McMurdo había rehecho su vida, tiene un taller de coches «Always a Finn» y está entusiasmado por volverse a juntar con sus amigos, cuanto más peligrosa sea la aventura, mejor.

Jacob O’Neil había pasado de ser un orgulloso sargento de policía a un descastado detective privado empapado en whiskey de segunda, repudiado por su mujer y sus suegros, por sus compañeros del cuerpo de policía… alejado de su hija recién nacida…

Angus Lancaster no está, para variar llegará tarde.

Tras ponerse al día, ponen en conjunto todo lo que saben sobre la Expedición Carlyle y Greg apunta a que el final de expedición tuvo algo que ver con los mitos de Cthulhu.

Colin propone visitar el Club 300, donde podrían conseguir algo de información. Colin tira de placa para entrar en el exclusivo local, donde los Finns no pasan desapercibidos y llaman la atención de la dueña, la exuberante Texas Guinnan, que tras charlar un poco con ellos, sufre un desmayo (que tiene que ver con Madame Loconnelle y su estatua)

Colin, Greg y Annie, aprovechan que a Texas se le suelta la lengua para preguntarle por Roger Carlyle, el Dr. Huston e Hypatia Masters. Descubren varios secretos de la expedición Carlyle, antes de partir, el más importante: que a Roger le acompañaba una mujer negra, la Reina de Ébano, una sacerdotisa africana.

A la mañana siguiente, Angus Lancaster se reúne con los Finns. ¡Se ha casado! Los Finns se dividen para buscar más información. Tras una tensa e improductiva visita a Carlyle’s Manor, Colin y Angus descubren que Erica Carlyle va a dar una fiesta en la mansión para la American Geographical Society, de la que la familia de Angus es miembro. Y cuando se reunen, Annie les informa de la existencia en el pasado de una antigua y siniestra secta que fue expulsada del Egipto Dinástico y acabó emigrando a Kenia… el mismo recorrido de la expedición Carlyle.

La secta de la Lengua Sangrienta. Al oír el nombre, Nelly, siente que ese nombre está conectado con la forma aullante con la que combatió en los sótanos de Marsh Manor, en Innsmouth. Una máscara del mismo ser: Nyarlathotep.

La noche antes de la llegada de Jackson Elias, asaltaron los archivos médicos y Annie con una velocidad increible, descubrió los archivos del Dr. Huston sobre Roger Carlyle. Este escribía sobre la Reina de Ébano y sobre los sueños de Roger Carlyle.

Al día siguiente, Jackson Elias se pone en contacto con Greg para que se reúnan con él en el Hotel Chelsea, en la habitación 410. Cuando llegan un mal presentimiento les mordisques la nuca. Algo, un sexto sentido les avisa que algo malo va a pasar.

Mientras Annie llega desde la biblioteca (donde ha descubierto el nombre de otra máscara, el Faraón Negro, que habitaba en Egipto, quizá de ahí la primera parada de la expedición Carlyle), Greg y Angus van a la habitación 410, Thomas y Colin suben por las escaleras de incendio y Liam se posiciona con el coche en los aledaños, por si tienen que irse con prisa.

Jackson Elias está muerto. Ha sido destripado por tres hombres negros ataviados con unos capuchones rojos, que usan machetes, y uno más, el líder, un hombre negro, con ojos negros, una sonrisa blanca y que viste una gabardina negra. Greg y Angus pelean contra los encapuchados. Thomas y Colin tienen un encontronazo en la escalera con el líder, que usa un conjuro para ponerlos en fuga y huye escaleras arriba, hasta la azotea. Una estocada de Angus, dos certeros disparos de Annie y dos cabezazos, rematados por un tiro a la cabeza, terminan con los asesinos de Elias, pero Greg y Angus están muy malheridos. Aún así, los Finns buscan desesperados alguna pista entre las pertenencias de Jackson Elias: Una caja de cerillas de un bar en Shangai, la foto de un barco, una carta de una bibliotecaria y otra de un tal Faraz Najir, un folleto sobre una conferencia, dos tarjetas de visita y la escarificación en la frente de Jackson Elias.

Los Finns buscan a Liam, pero su coche tarda unos largos instantes en aparecer. Ha estado siguiendo al Líder que, tras bajar de la azotea enrollado en una criatura parecida a una serpiente gigante alada, se montó en un Hudson que le llevó hasta un tugurio en Harlem.

Los malheridos, Greg y Angus tienen suerte, Liam conoce a un veterinario que les coserá las heridas, sin hacer preguntas.

A la mañana siguiente, Annie y Nelly visitan Importanciones Emerson. Llegan hasta allí gracias a una de las tarjetas de visita, detrás de la cual, Jackson Elias escribió un nombre: Silas N’Kawe. Aún a pesar de su débil excusa, el dueño de la empresa, Arthur Emerson, las informa de que Jackson estuvo allí, y les dice lo mismo que le dijo a él: Que se alejase de Silas N’Kawe, la Casa del Ju-Ju porque esos negros no eran de fiar.

Nelly, recoge de Jonah Kensington, editor de Prospero Press, y por tanto, de Elias y Greg, una carpeta con las notas de Jackson Elias. Los Finns se reunen en la casa de Greg y estudian los apuntes, sacando varias conclusiones. La principal, que algunos miembros de la Expedición Carlyle habían sobrevivido. Jack Brady, el guardaespaldas de Carlyle había sido visto en Hong-Kong. ¿Quizá Carlyle estaba vivo? También descubrieron el origen de la escarificación de Jackson Elias: Era un símbolo de una secta de África, la Secta de la Lengua Sangrienta.

Angus y Nelly visitan la Casa del Ju-Ju, regentada por un extraño anciano negro, Silas N’Kawe. Con la excusa de adquirir algo para mejorar sus capacidades amatorias, Angus convence a Silas para quedar con un brujo que le hechice con un Rito de la Virilidad. Tras soltar un dineral, N’Kawe acepta, y quedan la tarde antes de la fiesta en la Mansión de Erica Carlyle… antes de irse, Nelly acerca su estatua a N’Kawe y este se marea. Nelly augura que sabrá más de ese hombre a la mañana siguiente.

Esa noche los Finns se sinceran: Patry/Nelly tiene una estatuilla de Cthulhu con la que poder descubrir los secretos de quien lo toque. Annie sabe como invocar monstruos tentaculares. Angus se ha convertido en un justiciero, para calmar las pesadillas que le induce un bastón estoque. El veterinario al que conoce Liam, se debe a su pasado como conductor ilegal.

Y cuando duermen, les asaltan las pesadillas. Todos sueñan que son Jackson Elias, momentos antes de morir sacrificado al Dios de la Lengua Sangrienta. El Gran Mukunga les ha enviado esas pesadillas como advertencia. La Lengua Sangrienta no será negada.

Tras una mañana probándose trajes y decidiendo los papeles que adoptarán en la fiesta de Erica Carlyle, los Finns acuden por la tarde a la Casa del Ju-Ju para el rito de la Virilidad. De nuevo Angus y Nelly entran, aunque todos van fuertemente armados, por si tuvieran que salir de ahí a tiros… Con mucha teatralidad, Silas N’Kawe da paso al gran Mukunga que realiza un ritual para inferirle poderes a un amuleto. Angus y Nelly perciben el poder que el brujo desprende… y cuando el ritual parece que va a acabar, Nelly toca con su estatua al brujo. Este se aturde, pero termina la sesión y se va a la trastienda. Silas N’Kawe inquiere a la pareja que se vayan, pero antes de salir, Angus les dice que Jackson Elias le recomendó esa tienda… en ese momento, un puño invisible se aferra al corazón de Angus. Afuera, tres falsos vagabundos, se ponen en pie, pero les recibe una lluvia de balas y el bate de baseball de Greg. Annie saca a rastras a Angus de la tienda.

A duras penas, consiguen salir por piernas.

Sin embargo, el ritual de la Virilidad parece tener un efecto positivo en la constitución de Angus y se ve con fuerzas de acudir a la fiesta en Carlyle Manor. Con Colin fuera de juego por llamar la atención en su primera visita, los Finns entran en los dominios de Carlyle. El aspecto delator de Liam, tampoco le permite entrar a codearse con la jet-set. Para colmo, el mayordomo de Erica Carlyle, Applegate, reconoce a Greg por ser un periodista desprestigiado y no le permite el paso.

Y así han quedado las cosas: Annie, Angus, Nelly, Jacob y Thomas han entrado en la Mansión Carlyle durante una fiesta de la American Geographical Society… o eso creen…

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Foto Finn

 

MdN: New York (33) Appelgate

Madame Loconnelle (Buscavidas y Adivina)                                  –             Hernán
Colin O’Bannon (Agente Federal)                                                    –              Toño
Liam McMurdo (Mecánico de Día, Conductor de Noche)           –              Soler
Thomas Connery (Infante de Marina Retirado)                             –              Bea
Greg Pendergast (Escritor Difamado)                                              –              Jacin
Jacob O’Neil (Detective Privado y Alcohólico)                               –              Raúl
Annie O’Carolan (Cazadora de Libros)                                             –              Sarita
Angus Lancaster (Arquitecto Masón)                                              –              Garrido

 

 

Los Finns tuvieron que ir al Grand Hotel para que Angus Lancaster se cambiara de ropa y, a pesar del trauma sufrido tras el ritual, el arquitecto se encontraba muy vigoroso, porque apenas tardó unos minutos en lavarse un poco y ponerse otro de sus trajes a medida, dando la sensación de que no acaban de estrujar su corazón como si fuera una fruta podrida.

De camino a la mansión de Erica Carlyle, los Finns decidieron que Annie O’Carolan entraría en la fiesta fingiendo ser la pareja de Angus. Greg Pendergast sería uno de sus acompañantes, un periodista que estaba documentándose para la biografía de los Lancaster. Madame Loconnelle dejaría a un lado su carácter de adivina y fingiría ser la ayuda de cámara de Annie. Jacob O’Neil y Thomas Connery lucirían palmito fingiendo ser una pareja de guardaespaldas. Liam McMurdo sería el chofer, al volante de su Packard Twin Six. Colin O’Bannon se quedaría fuera de la mansión, a una distancia prudencial, esperándoles en el lujoso coupé de Angus, un Rolls-Royce Phantom I.

La mansión Carlyle estaba engalanada para la fiesta benéfica que la mujer de negocios daba para recaudar fondos para la American Geographical Society y se distinguían las luces que iluminaban el caserón a más de un kilómetro de distancia.

El nivel de seguridad era propicio para una fiesta de tan alta alcurnia. Media docena de gigantescos hombres trajeados comprobaban las invitaciones de los recién llegados, indicando a sus conductores hacia donde debían llevar los vehículos primero, para acercar a sus pasajeros a la entrada principal, y luego para dejarlos aparcados en los ostentosos jardines.

Los gorilas comprobaron con minuciosidad las entradas que les entregó Angus y les dieron el paso. Liam condujo hasta la mitad de una rotonda, frente a la que surgían una docena de escalones de pulido mármol negro, donde un trío de mozos atendía a los recién llegados.

Algo cortados, los seis Finns se bajaron del coche.

Mae’r coblyn yn dod â lwc i chi—les deseó Liam, antes de desaparecer con su Packard en un cementerio de coches aparcados.

Tras las grandes puertas de roble emergió un hombre impecable en su frac, con su cabello gris repeinado hacia atrás, el mentón hacia el cielo y su acerada mirada, escrutando a cada recién llegado mientras les mostraba la mejor de las sonrisas. Hasta a Colin le llegó el tufo a hijo de la pérfida Albión, que emanaba del mayordomo de Erica Carlyle.

—Buenas noches y bienvenidos. ¿Me permite sus invitaciones? —pidió con modales exquisitos el hombrecillo cuando Angus se adelantó. Leyó los nombres y asintió marcialmente con la cabeza—. Bienvenido señor Lancaster y compañía.

Y en ese momento el mayordomo clavó sus grises ojos sobre la cámara que llevaba Greg colgando ante el pecho.

—¿A qué viene esto?

—Es mi cronista —informó Angus con tono meloso y altanero—, está documentándose de mis vivencias para escribir mi biografía.

—No teníamos constancia de que un escritor, cámara en mano, iba a venir a la fiesta.

—Pues ya lo hablé con el señor Bradley Grey, el representante de Erica Carlyle —mintió Angus—. Se trata de un periodista de sociedad experto, un hombre que sabe guardar secretos y contar las historias que la gente quiere oír.

—Bueno… Esto es sumamente irregular pero, si la reputación de su acompañante es tal y cómo la define —el mayordomo se volteó hacia Greg, atravesándole con la mirada—. ¿Y cómo se llama el caballero?

—Soy Gregory Pendergast —se presentó el escritor—, trabajo actualmente con la editorial Prospero Press, pero he…

—Oh—le interrumpió el refinado individuo luciendo una amplia sonrisa de tiburón—. Ya recuerdo quién es. Ese, Gregory Pendegast.

—¿Me… Me conoce?

—Por supuesto. Seguí con muchísima atención el altercado que tuvo con el bureu federal de investigación a cargo del señor Hoover —Greg deseó que la tierra le tragase en ese momento—. Según el fiscal era usted un tergiversador despreciable que vendía su pluma al mejor postor, sin importar las consecuencias de sus mentiras.

—Sí… en efecto esas fueron las palabras exactas que me dedicó el fiscal durante el juicio —reconoció Greg aterido.

El mayordomo se volvió hacia Angus, y Greg sintió como desaparecía en un agujero de ostracismo en ese mismo instante, incluso antes de que el británico siguiera hablando.

—Lamento informarle que la señorita Carlyle no estará nada dispuesta que este… elemento de la prensa escrita entre en su mansión. Y si aceptase mi consejo, se buscaría a otra persona menos… controvertida para escribir su biografía.

Annie se tapó la boca con un exagerado gesto ofendido y Angus se volteó ofuscado hacia Greg.

—Os lo dije —chinchó Patry. Annie le dedicó un nada delicado codazo.

—¿Cómo has podido hacernos esto, Greg? ¡Eres un amigo de la familia! —se quejó Angus con tono plañidero.

Greg sintió como el sudor perlar su frente, acompañado de la vergüenza que ruborizaba sus mejillas. Masticó su bilis e intentó estarse callado y aguantar el chaparrón para mantener la pantomima.

—¡Maldita sea! ¡Mi padre te tenía en alta estima! ¿Qué le voy a decir a mi padre?

Pero había cosas que le enervaban demasiado. Y el padre de Angus Lancaster era una de esas cosas.

—¡Como un día diga todo lo que quiero decir de tu jodido padre…!

—¡Es suficiente!—estalló el mayordomo y se volvió hacia los jóvenes que se mantenían expectantes a sus órdenes—. ¡Saquen a este hombre de los terrenos, inmediatamente!

Pero Greg alzó las manos en gesto apaciguador.

—¡No es necesario! Sé donde está la salida y no quiero estropear la fiesta, más de lo que ya lo he hecho —informó, antes de darse la vuelta y descender hacia la rotonda, con la idea de buscar a Liam y resguardarse en el coche hasta que terminase el evento.

—Que vergüenza, Gregory —seguía quejándose Angus, que se volvió hacia Jacob— Marcus acompañe a Gregory hasta el vehículo y que el chofer se asegure que no salga de ahí. ¿Marcus? ¡Marcus!

Jacob no entendía que se estaba refiriendo a él. O estaba demasiado borracho como para enterarse. Thomas dio un paso al frente y le tomó el relevo.

—¡Lo haré de inmediato, señor Lancaster!

Thomas corrió tras Greg, le zarandeó un poco del hombro y le acompañó hasta el improvisado aparcamiento que había en los jardines de Carlyle Manor.

—Lamento tanto esta situación —continuó Angus—. Espero que pueda disculparnos señor…

—Appelgate.

Señor Appelgate

—Señor Appelgate. Estoy desolado. De nuevo espero que acepte mis disculpas y que sepa que no era mi intención introducir un elemento perjudicial en la fiesta —nuevos invitados comenzaron a esperar al pie de la escalera y el estirado de Appelgate supo que estaba perdiendo su valioso tiempo con aquellos peculiares asistentes—, nuestra intención es reafirmar las posibles relaciones entre la familia Lancaster y su patrona, la señorita Carlyle, en un intento de…

—No hay de qué disculparse, señor —le interrumpió Appelgate con tono conciliador—, su sorpresa es notable y su pesar sincero. En cuanto su guardaespaldas regrese, les permitiré el paso a la fiesta. Baker. Jonas. Acompañen al señor y la señora Lancaster, y a sus acompañantes hasta el gran salón y propícieles una tónica para que puedan superar este mal trago.

Los lacayos precedieron a los Finns que se adentraron en la casona, pero antes, Appelgate agarró del brazo a uno de sus subalternos y le susurró al oído:

—Ten un ojo puesto sobre esta gente. No me dan buenas vibraciones… —y sin más se volvió hacia los siguientes invitados—. Buenas noches y bienvenidos. ¿Me permite sus invitaciones?

 

 

 

*Que los leprechaun os traigan suerte.

MdN: New York (32) Home Run

Madame Loconnelle (Buscavidas y Adivina)                                  –             Hernán
Colin O’Bannon (Agente Federal)                                                    –              Toño
Liam McMurdo (Mecánico de Día, Conductor de Noche)           –              Soler
Thomas Connery (Infante de Marina Retirado)                             –              Bea
Greg Pendergast (Escritor Difamado)                                              –              Jacin
Jacob O’Neil (Detective Privado y Alcohólico)                               –              Raúl
Annie O’Carolan (Cazadora de Libros)                                             –              Sarita
Angus Lancaster (Arquitecto Masón)                                              –              Garrido

 

Angus Lancaster intentó levantarse pero el puño que apretaba su corazón volvió a comprimirlo con fuerza. El arquitecto se retorció por el suelo gimoteando, intentando en vano respirar.

Madame Loconnelle se quedó en medio del patio, sobrecogida al ver amigo convulsionando. Su mano descendió a la falda buscando el Derringer de doble cañón que escondía en la liga, cuando vio por el rabillo del ojo a la pareja de vagabundos levantarse entre los harapos… armados con dos afilados prangas.

Patry alzó la pequeña pistola y disparó contra el primero de los hombres que se abalanzaba sobre ella. Las pequeñas balas del calibre 22 impactaron en la garganta del tipejo y lo derribaron, pero el segundo lanzó un fiero tajo sobre ella. Patry giró grácilmente sobre sus tacones evitando la hoja y corrió hacia el callejón, donde Colin O’Bannon le esperaba con el revólver del calibre 32 en la mano.

—¡Refuerzos! —pidió Colin disparando a ciegas. Los proyectiles pasaron cerca de Patry, salpicando el suelo alrededor del agresor del machete —¡Hay que salvar a Angus! ¡Joder! ¡Algo le pasa a Angus!

Greg Pendergast salió corriendo del coche de Liam, con el bate de baseball en la mano.  Annie O’Carolan le imitó, pero dio la vuelta alrededor del Packard Twin Six que Liam McMurdo arrancaba en ese momento.

Angus intentó arrastrarse por el suelo, pero la garra le estrujaba el pecho sin compasión. Tosió una bocanada de sangre entre sus labios cianóticos, las fuerzas le abandonaban, el brazo izquierdo se sacudía entre espasmos…

Patry huyó del callejón hacia el coche de Liam. Colin le descerrajó dos tiros al hombre del machete, pero este, que aullaba como un salvaje perro rabioso, ignoró los disparos y se cernió sobre él, escupiendo espumarajos por la boca, con los ojos en blanco y el largo pranga sobre su cabeza, presto a caer sobre el pelirrojo.

—¡Colin al suelooooo!

Colin cayó de culo sobre las baldosas al tiempo que el bate de Greg aparecía sobre su coronilla como una lanza y se incrustó en el mentón del falso indigente, que cayó despatarrado al suelo, salpicado de sangre y dientes.

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—Home Run, hijo puta —sentenció el ex bateador estrella de la universidad de Baltimore, antes de reventarle la cabeza de un bestial palazo.

Colin y Greg miraron hacia la tienda. En el dintel de la puerta, estaba el anciano Silas N’Kawe, jadeando, poseído por una rabia inhumana, con otro largo pranga en la mano derecha.

—¡La Lengua Sangrienta no será neg…! —comenzó a entonar con furia, antes de que el marco de la puerta estallase en astillas.

Annie O’Carolan apareció entre los hombres disparando con su Luger P08. Silas se encogió cuando la siguiente bala pasó a centímetros de su cara.

—¡Moveos, joder! —gritó Annie sin dejar de disparar. Silas N’Kawe se refugió tras la puerta, pero Annie la destrozó a balazos, impactando a ciegas en la fea cortina que la cubría

— ¡Coged a Angus y salgamos de aquí!

Greg y Colin corrieron hasta Angus, que comenzaba a sentir como el puño encajonado en su pecho desaparecía, permitiendo a su corazón bombear sangre, devolviéndole la vida y las fuerzas. Se apoyó en sus amigos y, juntos, los tres, corrieron hasta el coche de Liam, mientras Annie les cubría, barriendo a tiros todo el escaparate de la Casa del Ju-Ju.

Cuando llegaron hasta el coche, Liam llamaba con el claxon a Thomas Connery y a Jacob O’Neil, el cual había disparado dos veces con su escopeta a… ¿Un cubo de basura?

—¿A qué coño estabas disparando? —le recriminó Thomas, cuando todos se montaron dentro del coche y Liam arrancó quemando rueda.

—Creí que había algo trash el cubo… —se excusaba Jacob.

—¡Joder, Jacob! ¿Estás borracho? —preguntó Patry.

—¡Angus! —chillaba Annie abofeteando al arquitecto en el asiento de atrás—. No te duermas, joder. No te duermas ¡Espabila!

—Tenemos que volver —consiguió murmurar Lancaster.

—¡Sí, claro! ¡Ahora mismo! —espetó sarcástico Liam, mientras pegaba un volantazo para alejarse aún más de la calle 137.

—¿Pero qué dices? ¡Si estas medio muerto! —le chilló Greg.

—Está delirando —declaró Annie, antes de arrearle otro bofetón en la mejilla—. ¡Vuelve Angus! ¡Vuelve!

—¡Estoy bien! ¡Deja de pegarme! —se quejó el hombrecillo apartándose de la cazadora de libros—. No lo entendéis. ¡Son ellos! ¡Son los que mataron a Jackson Elias! ¡Seguro! ¡Tenemos que volver! ¡Tenemos que…!

—Tenemos que ir a una puta fiesta de la alta sociedad —le azuzó Colin con los dientes apretados por la rabia—. Y tú eres nuestro billete de entrada, idiota. Si te dejas matar no podremos entrar.

—Pero son ellos… ¡Lo mataron!

—¿¡Entonces por qué coño les dices que le conocías!? ¿¡A qué venía ese rollo!?

—¡Esto no solo se reduce a los asesinos de Jackson Elias!—chilló Greg, consiguiendo algo de silencio tras su alarido—. No es venganza… Tenemos que saber porqué Jackson investigaba a la expedición Carlyle. Tenemos que saber más sobre Roger Carlyle y esa expedición, Angus. Esto no lo hacemos por venganza.

Greg y Annie se miraron por encima de Angus, que se recostó en el asiento, respirando con cierta dificultad, pero más relajado.

—No es sólo por venganza —repitió Annie O’Carolan negando con la cabeza.

Las maniobras de Liam hubieran despistado al mejor conductor del departamento de policía de Nueva York. De haberlo hecho, nadie les hubiera seguido, pero ningún sectario de la Lengua Sangrienta, ni ningún policía que hubiera acudido por el tiroteo les seguía.

Nadie.

Los Finns se alejaron de la Casa del Ju-Ju, del Harlem, de Nueva York, con destino al condado de Wenchester.

MdN: New York (31) El Rito de la Virilidad

Madame Loconnelle (Buscavidas y Adivina)                                  –             Hernán
Colin O’Bannon (Agente Federal)                                                    –              Toño
Liam McMurdo (Mecánico de Día, Conductor de Noche)           –              Soler
Thomas Connery (Infante de Marina Retirado)                             –              Bea
Greg Pendergast (Escritor Difamado)                                              –              Jacin
Jacob O’Neil (Detective Privado y Alcohólico)                               –              Raúl
Annie O’Carolan (Cazadora de Libros)                                             –              Sarita
Angus Lancaster (Arquitecto Masón)                                              –              Garrido

 

Angus Lancaster y Madame Loconnelle llegaron a la Casa del Ju-Ju a las seis en punto. Silas N’Kawe les estaba esperando en medio de la tienda. El viejo dependiente miraba con fijeza a la mujer y no lucía la misma servicial sonrisa con la que les recibió la primera vez.

En la tienda habían apartado muchos de los variopintos objetos para dejar un hueco libre, donde había una pareja de feos cojines color sangre y trece cirios  a medio derretir.

—¡Señor N’Kawe! —saludó entusiasmado Angus, pero N’Kawe no les devolvió el saludo y con un seco gesto señaló a los cojines.

—Tomar asiento —indicó al tiempo que echaba el pestillo a la puerta principal de la tienda—. Ahora venir Gran Mukunga con amuleto. El Rito de la Virilidad comenzar pronto.

—¿Y cómo va a entrar si cierra usted la puerta?—preguntó Patry.

—El Gran Mukunga ya estar en tienda.

—¡Ya está aquí! —dijo la pelirroja, nerviosa, mientras palmeaba el brazo de Angus—. ¡Ya está aquí!

Mientras Angus y Patry se sentaban en los sillones y el anciano comenzaba a encender las velas con unas cerillas, afuera, en las inmediaciones del callejón, Jacob y Thomas tomaron posiciones a los lados de la calle y, como una sigilosa sombra, Colin O’Bannon se asomó al patio donde estaba la tienda. Ya no había un borracho en la esquina de la corrala, sino dos, y, por lo que Colin observó, no estaban borrachos, simplemente descansaban envueltos en unos harapos. Y no eran los únicos vigías. Por el rabillo del ojo, en el segundo piso del bloque de edificios, pudo observar la oscura silueta de un tercer hombre.

Colin se volvió al coche donde estaba el resto del Finns y por señas les indicó que no estaban solos.

—Esto pinta mal —se quejó Greg Pendergast. Annie O’Carolan asintió mientras sacaba del bolso la Luger P08 y deslizaba la corredera por el cañón. Liam McMurdo apretó sus enguantadas manos en el volante.

Dentro de la Casa del Ju-Ju, N’Kawe estaba tratando de explicar los pormenores del ritual a la nerviosa pareja, pero Patry no paraba de interrumpirle, repitiendo a modo de pregunta todo lo que el anciano acababa de decir y pidiendo ir a un baño. Angus, al ver como N’Kawe se irritaba cada vez más, hasta el punto de amenazar con cancelar el ritual, terminó por agarrar a su falsa mujer de la muñeca y, con los dientes apretados, animarla a que cerrase su boquita de una jodida vez.

—Como yo decir —comenzó N’Kawe por tercera vez—, durante el rito no moverse. Estar sentados hacia dirección con la luna. Bueno para el rito. El Gran Mukunga les tocará una vez. Sólo una vez. Les dejará manchados en frente. Ser casi final del ritual. Luego Gran Mukunga hacer últimos encantamientos sobre amuleto. Y terminar. Cuando Gran Mukunga irse ustedes esperar mí. Yo venir, dar ustedes amuleto y fin de rito.

Con una velocidad sorprendente para un hombre tan mayor, N’Kawe se plantó ante el rostro de la mujer, luciendo una enorme sonrisa que nada tenía que ver con el desprecio que irradiaba su mirada.

—Esto ser sagrado para nosotros. Merecer respeto. ¿Queda claro?

—Cristalino, señor N’Kawe —contestó Angus por los dos—. Muchas gracias.

Silas N’Kawe apagó la luz, dejando a los falsos Stark a la luz de las velas y se metió tras la sucia cortina. En ese instante comenzó a sonar el rítmico retumbar de unos yembes.

Tum-Tum-TumTum-Tum-Tum-TumTum-Tum-Tum-TumTum

Angus alzó tres dedos ante Nelly para informarle que, por lo menos, había tres personas más, además de Silas y el tal Mukunga…

En ese momento se apartó la cortina.

Un poderoso hombre negro vestido con un taparrabos de cuero y una capa de piel de león en cuyo cuello habían cosido una vistosa colección de plumas de colores, entró en la sala. Unos extraños guantes escondían sus dedos bajo unas afiladas garras de felino.

Patry sintió un escalofrío al reconocer el siniestro rostro del hombre que había visto en sus sueños escarificar la frente de Jackson Elias.

El Gran Mukunga comenzó a entonar una rimbombante jaculatoria al tiempo que gesticulaba dramáticamente alrededor de Angus y Patry.

Habían pasado diez minutos desde que entraran en la tienda, cuando Liam decidió apagar el motor del coche y Greg alzó la mano.

—¿Lo oís? —preguntó con el ceño fruncido. Liam se volvió en el asiento para mirarles.

—Tambores.

Mukunga había disminuido el tono de su oración hasta volverlo un murmullo casi inaudible por encima del percutir de los yembes.

TumTumTum-Tum-TumTumTum-Tum-TumTumTum-Tum

El brujo depositó ante ellos una pequeña bolsa de tela, con un cordel de cuero: el amuleto. Lo puso entre tres pequeños cuencos de madera de baobab. Manchó el pulgar de la mano derecha con el contenido de uno de los cuencos y pintó el amuleto. Luego repitió el gesto hundiendo el dedo pulgar en otro de los cuencos. En el último cuenco hundió ambos dedos, trazó un círculo sobre el amuleto, antes de alzarse de pie, gritando, sin dejar de repetir el mismo cántico.

Angus y Patry estaban impresionados por la fuerza del ritual, el poder que despedía cada gesto, cada aliento, cada sílaba.

En un pestañeo, Mukunga se cernió sobre Angus y posó su pulgar en su frente. El arquitecto se estremeció, sintiendo un glacial escalofrío hundirse como cientos de alfileres por su piel.

En un segundo, el brujo repitió el gesto sobre Patry que también sintió esa desagradable sensación… pero algo pasó. Angus percibió un resplandor verde y Mukunga trastabilló, aturdido, mareado, con la vista desenfocada. Por el rabillo del ojo, el Finn vio como su compañera escondía entre los pliegues de la falda el maldito ídolo de Cthulhu y aulló en su cabeza cien maldiciones contra Patry O’Connel.

Los tambores continuaban sonando.

TumTumTumTum TumTumTumTum TumTumTumTum

Pero, el Gran Mukunga se quedó quieto, callado, mirando con sus oscuros ojos al vacío durante unos segundos.

TumTumTumTum Tum-Tum-Tum…

El Gran Mukunga continuó entonando el cántico.

… TumTumTum-TumTumTum

Se arrodilló ante el amuleto y exhaló una vaharada de aliento al mismo… Los yembes continuaron sonando hasta que el brujo se levantó de un salto gritando, con la vista clavada al cielo y todo el cuerpo contracturado.

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Cuando se calló les dirigió una furiosa mirada, con esos ojos imposibles, completamente negros.

El sonido de los tambores murió.

Mukunga se dio la vuelta y pasó al otro lado de la cortina en dos rápidas zancadas.

Durante unos segundos no se oyó nada sólo las agitadas respiraciones de Angus y Patry.

—¿Y ahora qu…?

N’Kawe interrumpió a Patry saliendo del otro lado de la cortina. Sin decir nada, les gesticuló para que esperasen y, uno a uno, fue apagando las velas. Cuando sólo estaban iluminados por un cirio, Angus acarició el mango de su bastón estoque y Nelly la culata del Derringer de doble cañón del calibre 22 que escondía en el liguero, pero N’Kawe encendió las luces de la tienda antes de apagar la última vela.

Con mucho respeto, Silas les tendió el amuleto y, muy sonriente dijo:

—Son doscientos dólares —informó.

—Un momento… —comenzó Angus.

—Paga y vamonos de una vez… —ordenó Patry ansiosa por salir de ese lugar.

Angus resopló disgustado y comenzó a sacar billetes de su cartera, al tiempo que Nelly se levantaba y se encaminaba a la puerta.

—Cien, Ciento veinte, cuarenta, sesenta… —contaba Angus y, en ese momento algo cruzó por su mente—. Cariño, ve saliendo y espérame en el coche.

Ansiosa por salir, Patry giró el pestillo y abrió la puerta. Había atravesado medio patio cuando se dio cuenta que Angus no la seguía. ¿Qué estaba haciendo?

—Ochenta, y Doscientos —terminó Angus entregándole el fajo de billetes al dependiente que, muy sonriente, le entregó el amuleto—. ¿Y si se diera el caso de que no funcionase?

—Oh, señor. No preocupar. Siempre funcionar.

—Si no me preocupa—dijo Angus que caminó con pasos pausados hasta el dintel de la puerta, donde se detuvo—, ya que tengo buenas referencias sobre vosotros.

—¿Referencias? —preguntó Silas N’Kawe extrañado —. ¿Quién dar esas referencias, Señor Stark?

Miró hacia afuera donde vio a Patry en medio del patio volverse en su busca. Vio a Colin agazapado en el callejón. Hasta vio el Packard Twin Six de Liam, con Greg y Annie dentro. Y les sonrió.

—Jackson… Jackson Eli…

El corazón de Angus Lancaster se detuvo antes de terminar el nombre del escritor cuando una infecta garra lo aferró con fuerza dentro de su pecho. El aire no llegó a sus pulmones, sus fuerzas le abandonaron, cayó de rodillas, macilento, con el sabor a óxido de la sangre llenándole la boca, sintiendo como la vida huía de su cuerpo.

Y en una última mirada pudo ver al Gran Mukunga, tras la cortina, murmurando algo entre dientes mientras cerraba el puño en el aire… aunque lo que tenía dentro era su corazón.

 

MdN: New York (30) Trajes de Alquiler

Madame Loconnelle (Buscavidas y Adivina)                                  –             Hernán
Colin O’Bannon (Agente Federal)                                                    –              Toño
Liam McMurdo (Mecánico de Día, Conductor de Noche)           –              Soler
Thomas Connery (Infante de Marina Retirado)                             –              Bea
Greg Pendergast (Escritor Difamado)                                              –              Jacin
Jacob O’Neil (Detective Privado y Alcohólico)                               –              Raúl
Annie O’Carolan (Cazadora de Libros)                                             –              Sarita
Angus Lancaster (Arquitecto Masón)                                              –              Garrido

 

Los Finns se reunieron en la habitación de Angus Lancaster, donde el arquitecto les esperaba junto al mejor sastre de la ciudad.

—Esta noche vamos a una fiesta de gala, muchachos —dijo Angus—. Y no vais a llegar a la fiesta oliendo a clase obrera. Diwert dispone de un amplio catálogo de esmóquines de alquiler y seguro que encuentra un par de modelitos para que Annie no parezca sacada de una biblioteca y Patry Nelly parezca… bueno, para que Nelly se parezca más a Patry y menos a Nelly.

Mientras les tomaban medidas y se probaban trajes, Greg Pendergast ojeaba por encima un periódico que había tomado de la recepción del Grand, el Pillar Riposte. En él, había un extenso artículo sobre la muerta de Jackson Elias a cargo de una tal Catherine Butchfiel, en la que la periodista afirmaba que el caso de Elias podía estar unido a ciertas muertes rituales ocurridas por todo Nueva York en los últimos meses y atacaba con dureza la inoperatividad del departamento de policía y su investigador a cargo, el Teniente Martin Poole.

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Angus, que no necesitaba ningún traje ya que disponía de una amplia colección de fracs, también aprovechó para leer el libro estrella de Jackson Elias, Los Hijos de la Muerte, quedando impresionado por la manera en la que Elias exponía sin miramientos las criminales costumbres de los Thug de la India. Mientras que Annie y Greg parecía que querían olvidarse de Jackson Elias, para no revivir su muerta, Angus cada vez se obsesionaba más con el escritor que habían asesinado de forma tan despreciable, y su instinto de justiciero rugía en sus entrañas, pugnando por salir.

El tal Diwert lo había conseguido. Greg disponía de un espléndido esmoquin que resaltaba su espigada figura. Liam, tan reconocible por sus quemaduras en cualquier lugar, lucía un buen traje con el que parecía un genuino chófer de la clase alta. Uno feo, pero chófer al fin y al cabo. Jacob y Thomas lucían el mismo traje que les daba el aspecto fiero de una pareja de guardaespaldas. Y Annie y Patry lucían dos hermosos vestidos, azul la morena, verde la pelirroja, con los que sin duda pasarían por chicas de la clase alta.

Colin se había mantenido al margen. Sabía que su nombre y su llamativo aspecto (bajito y pelirrojo) le habían puesto en el punto de mira de Erica Carlyle, por lo que había decidido mantenerse al margen de la fiesta. Se pasó la mañana a solas, desmontando, limpiando y engrasando la colección de armas de fuego de la que disponían los Finns.

Angus continuó mostrándose generoso pues, tras pagar la factura del sastre, invitó a los Finns a dar buena cuenta de unos suculentos filetes en un bistró cercano.

Tras una gran sobremesa, un paseo por Central Park y una pequeña siesta para reponer fuerzas, el sol comenzó a ponerse entre los rascacielos de Nueva York pero, antes de la fiesta debían visitar de nuevo la Casa del Ju-Ju, donde Angus y Patry participarían en ese numerito del Rito de Virilidad con el que podrían ver al Gran Mukunga y ver si se trataba del mismo hombre que Thomas, Colin y Liam vieron huir del Hotel Chelsea.

De ser así, Greg, Annie, Colin, Liam, Thomas y Jacob estarían en las inmediaciones de la casa del Ju-Ju, en el Packard Twin Six en cuyo maletero había guardado escopetas , pistolas y hasta el preciado bate de baseball de Greg por si tuviera que asaltar la tienda… cosa no muy recomendable vestidos con esos trajes alquilados.

MdN: New York (29) La Lengua Sangrienta No Será Negada

Madame Loconnelle (Buscavidas y Adivina)                                  –             Hernán
Colin O’Bannon (Agente Federal)                                                    –              Toño
Thomas Connery (Infante de Marina Retirado)                             –              Bea

 

 

Estás en la habitación de un hotel. Deberías deshacer la maleta que dejaste junto a la cama, algo que has pospuesto desde que llegaste del viaje, pero otras obligaciones lo han pospuesto y ahora no quieres hacer tener la ropa desperdigada por la habitación.

El motivo es simple: Esperas a alguien.

Miras nervioso tu reloj de bolsillo. Aún queda media hora hasta que tus amigos lleguen. Te sientas frente al pequeño escritorio de la habitación y ojeas por encima un par de cartas, releyendo la información que ya sabes o que suponías.

Alguien llama a la puerta. Extrañado miras de nuevo el reloj.

Tu corazón palpita más rápido. ¿Se habrán adelantado? Pudiera ser, aunque tus amigos son personas de puntualidad británica, siempre llegan a la hora en punto. Vaya dos, piensas mientras devuelves el reloj a su sitio y caminas hacia la puerta. “Hacen buena pareja” piensas, segundos antes de abrir la puerta.

No son ellos. La sorpresa te vence y eres incapaz de cerrar la puerta antes de que cuatro hombres negros irrumpan en la habitación. Son fuertes, demasiado. Uno de ellos es enorme. El otro parece un animal salvaje. Otro será un adicto al opio, al hachis, o a alguna droga que lo consume, pero sabe patear a un tipo que está en el suelo. La boca te sabe a sangre. Todo se nubla. Y entre los vapores de la inconsciencia tu mirada se fija en el cuarto hombre, de piel negra como la noche, de sonrisa blanca como la de un tiburón y de profundos ojos, tan negros, que parecen no tener esclerótica.

Cuando el dolor te despierta, te descubres encima de la cama, desnudo, indefenso, bocabajo, con una mordaza entre los dientes y la sangre chorreando por tu cara. El hombre negro, del abrigo negro está hincando la punta de un monstruoso machete en tu cara, dibujando algo.

Lloras, y gimes, y suplicas. Aunque sabes que no habrá perdón. Que no habrá clemencia.

El más grande de todos se ha desnudado. Luce un capuchón de color carmesí del que cuelga una obscena tira de cuero rojo. Sus camaradas también lucen ese horrible capuchón. Te voltean, exponen tu desnudez. El hombre grande alza el pranga, ese machete gigantesco sobre tu vientre desnudo. Te desgañitas chillando contra la mordaza, para mayor deleite del hombre de ojos negros.

—La Lengua Sangrienta no será negada.

Y el machete cae.

Y es entonces cuando despiertas.

 

***

 

Patry O’Connel despertó gritando en su casa. Desnuda. Con su nívea piel cubierta por una película de sudor frío. Se había dormido abrazaba junto al al ídolo de Cthulhu, acunándolo junto a su generoso pecho. Lo contempló entre sus temblorosas manos, extrañada, preocupada… No debía haber soñado eso. Debía haberse metido en el oscuro pasado de Silas N’Kawe y, en su lugar, había soñado con los últimos momentos de vida del pobre desgraciado de Jackson Elias. ¿Por qué? ¿Qué había pasado?

Parecía… parecía como si alguien se hubiera metido en sus sueños.

Y no fue en los sueños de la única.

En el Grand Hotel de Nueva York, en la habitación en la que dormía Colin O’Bannon, el ex tahúr pelirrojo se despertó sobresaltado, sudoroso, con el corazón taladrándole el pecho. Tuvo que revisar dos veces su habitación para quedarse tranquilo. En la primera comprendió que no estaba en el Chelsea Hotel, que no era Jackson Elias, que era Colin. En la segunda comprobó que no hubiera nadie escondido, preparado para sacrificarle en honor a su sanguinario dios.

Y en el coche en el que montaba guardia junto a Jacob O’Neil, Thomas Connery se despertó gritando, buscando su pistola con intención de defenderse de sus agresores imaginarios, angustiado, aterrado, receloso. Jacob, borracho pero atento a los alrededores del local de Mabel, La Gorda le tendió su botella de bourbon barato, y el licor le calentó las entrañas y le calmó los ánimos. Pero Thomas necesitaba algo más fuerte. Sus pulmones clamaban por una calada de opio.

Alguien había enviado pesadillas a esos Finns. Alguien con poder.

Alguien con Ju-Ju.

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El Gran Mukunga sonrió satisfecho frente al brasero del que emanaba una acre humo violáceo que le había permitido atravesar el mundo onírico para envenenar los sueños de sus rivales. Aún no sabía quiénes eran esos patéticos hombrecillos que habían interrumpido su ritual sobre el hereje, ni que habían atacado con su sucia magia infiel a su lacayo… pero lo acabaría sabiendo.

La Lengua Sangrienta no sería negada.

MdN: New York (28) Confesiones

Madame Loconnelle (Buscavidas y Adivina)                                  –             Hernán
Colin O’Bannon (Agente Federal)                                                    –              Toño
Liam McMurdo (Mecánico de Día, Conductor de Noche)           –              Soler
Greg Pendergast (Escritor Difamado)                                              –              Jacin
Annie O’Carolan (Cazadora de Libros)                                             –              Sarita
Angus Lancaster (Arquitecto Masón)                                              –              Garrido

 

 

 

—¿¡Qué nos expliques a todos que cojones ha pasado ahí dentro, Nelly Patricia!? —estalló Angus Lancaster según entraron en el pequeño piso de Greg.

—No sé de qué me hablas —dijo Patry O’Connel, manteniendo su fachada de ingenuidad—. Ese anciano debía de haber trabajado demasiado y por eso se ha mareado… Aunque que un hombre se desmaye a mis pies tampoco me es algo desconocido, querido Angus.

Colin O’Bannon y Greg Pendergast se miraron el uno al otro, con los brazos cruzados y una ceja alzaba, sabiendo que Patry mentía.

—¿A qué te refieres Angus? —preguntó Liam McMurdo, que se olía por donde iban los tiros.

—Estábamos despidiéndonos del encargado de la tienda, el tal Silas N’Kawe cuando un destello verde ha surgido entre él y Patry…

—Nelly.

—¡Lo qué sea! —ladró Angus con su rostro congestionado—. Ese destello ha aparecido y de repente el viejo estaba en el suelo y me has dicho eso de que ahora ibas a saber más cosas sobre él. ¡Déjate de numeritos de adivina de tercera y admite lo que has hecho!

Los Finns flagelaron con sus miradas a Patry, que lanzó un quedo suspiro antes de rebuscar entre sus ropajes y depositar en una mesa, ante todos, una pequeña efigie de una piedra marrón, agrietada, sucia, de un palmo de altura y unos tres dedos de grosor, que emulaba el cráneo de un cefalópodo con un pequeño cuerpo rechoncho y unas arrugadas alas de murciélago, sentado, apoltronado.

Annie O’Carolan fue la primera en reconocer a quien representaba esa pequeña escultura.

—Es… Es Cthulhu. El primigenio al que adoran los profundos.

Liam comenzó a señalarlo con el índice  exaltado.

—¡Lo recuerdo! Lo recuerdo! Vi una estatua similar bajo la Orden Esotérica de Dagon.

—¿Cómo has conseguido esto, Patry? —preguntó Colin inclinándose junto a la escultura para mirarla más de cerca.

—Me llevé un pequeño cofre de la mansión de los Marsh… como recuerdo —confesó Patry saliendo del personaje de Madame Loconnnelle, saliendo de la Patry rompecorazones o de la ladrona de guante blanco, descubriéndose ante todos como nunca la habían visto, salvo quizá su hermano Cillian: Una chica llena de miedos y dudas—. Casi todo lo que tenía esa caja eran papelajos viejos y oro argentífero. Unos lingotes tallados… Muchas moneditas…

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El Cofre que se llevó Patry Nelly

«Y luego esa cosa.

«Cuando lo toqué por primera vez tuve unas pesadillas horribles con una ciudad sumergida. Una ciudad llena de edificios gigantescos y deformes… y en uno de ellos, durmiendo pero sin dormir, estaba esa cosa. Y cada noche, los sueños me arrastraban allí de nuevo, pero en cada visita, antes de llegar ante la presencia del Durmiente, pasaba por diferentes habitaciones en las que contemplaba cosas horribles de mi pasado: La primera vez que me prostituí. La primera vez que robé consciente de que mi robo iba a ocasionar la muerte del salido al que desvalijaba. O la vez que me camelé a un desgraciado para robar las joyas de su mujer, y de paso destruir su matrimonio, dejarle en ridículo frente a sus hijos… O la noche que llamaron del reformatorio para que mi padre fuera a identificar el cadáver de mi hermano, pero estaba tan borracho que tuve que ir yo.

«Cada noche… Cada noche rememoraba esas cosas horribles  y un día pensé en ¿qué pasaría si otra persona tocaba al ídolo?… Así que, aprovechando mi nueva identidad cómo adivina, hice que una gorda que no paraba de lloriquear por la muerte de su marido tocase la estatua. Y esa noche no soñé con las cosas horribles de mi pasado. Soñé con las cosas horribles del pasado de esa gorda llorona. Esa gorda había matado con un atizador al rojo a su marido, intentando sonsacarle la combinación de una caja fuerte escondida en la casa.

«Y desde entonces utilizo a este pequeño para eso… Porque las pesadillas de otras personas me son menos horribles que remover la mierda de mi pasado.

No lloró, no. Patry ya no sabía llorar. Sus lágrimas se secaron con Cillian O’Connel. La pelirroja, alzó las cejas, se encogió de hombros y sacó la lengua, en un amago de romper el denso ambiente que había enrarecido la habitación.

—Me preocupas —dijo Liam muy serio, con los brazos cruzados bajo el pecho y la mirada fija en la estatuilla de Cthulhu.

—No tienes porqué —contestó Patry—, a mí, a diferencia de a Greg o a Colin, no me preocupa que tú médico personal sea un veterinario.

—¿Cómo…? —estalló Liam—. ¿Quququé tiene eso que ver…? ¿Qué os preocupa qué?

—No tienes perro, Liam —confesó Greg—. Y sin embargo conoces a un veterinario que tiene una habitación para atender heridos de bala… Eso, bueno… Nos hace sospechar.

—¿Sospechar de qué? Oíd, antes del taller… ¿Qué digo? ¡Antes de Innsmouth!, me ganaba la vida, bueno… ¡Conduciendo para quien me pagase! Y, a veces, en ese tipo de trabajos había heridos y, a veces, tenía que recurrir a los servicios del Veterinario.

—No parecía que llevases mucho tiempo sin verle —continuó Colin tirando del hilo.

—¿Y qué? No es cómo jugar con con… ¡Con magia!

—Yo se hacer magia —confesó Angus y todas las miradas se clavaron en él. El arquitecto de encogió de hombros—. Y soy masón. Ale, ya lo he dicho.

—¿Y los masones te han enseñado magia? —preguntó Greg extrañado.

—No, que va —contestó Angus agitando la mano como para ahuyentar la pregunta—, pero tienen libros, muchos libros. En algunos de esos libros hay hechizos con los que… por ejemplo… ver el aura de las personas para saber si son practicantes de… brujería.

—Y el acero de tu estoque —señaló Greg apuntando al perenne bastón de Lancaster—. Ese metal no es normal es… verdoso.

—Un recuerdo de Innsmouth —apuntó Angus antes de liberar el estoque de su vaina. El metal gris despedía ligeros brillos verdosos. Liam comenzó a señalarlo nerviosamente.

—¡Lo reconozco! ¡Lo recuerdo! Es como la espada que tenía el sacerdote de la Orden Esotérica de Dagon. Aquel que mató a ese chico grandote. ¡El Muro Rondale!

—Es el mismo —declaró Angus—. Un recuerdo, como Patry. Pero es un acero maldito y lo supe demasiado tarde. También me provoca pesadillas con esa ciudad sumergida… pero descubrí como solucionarlo.

Un corto silencio llenó la pequeña habitación. Annie alzó las cejas impaciente.

—Bueno, qué. ¿Y a qué esperas? ¿Cómo lo evitas?

—Matando a aquellos que se lo merecen —espetó Angus—. Me he convertido en un justiciero. Un verdugo del mal. Y cuando caen bajo mi acero, las pesadillas desaparecen… durante un tiempo.

—¿¡Vas por ahí matando a la gente…!? —comenzó a preguntar Greg.

—Yo se como invocar a Dagon e Hidra —interrumpió Annie O’Carolan—. A un nivel puramente teórico ya que nunca lo he intentando. Y también podría convocar a muchos de sus servidores submarinos, como a los profundos, o a…

—¿!QUÉ QUÉ QUÉ!? —estalló Angus.

—Por favor, Angus. ¿Vas matando gente y olisqueando sus auras y te trastorna que sepa magia? —continuó Annie impertérrita—. Lo aprendí del libro que le compré a Colin, el Chaat Aquadingen.

—¡Ya basta! —explotó Colin, arrojando sus esposas junto al ídolo de Patry. Comenzó a señalar a Annie, Patry y Angus—. ¡Detenida! ¡Detenida! Y tú también justiciero. ¡Detenido!

Los aludidos miraron boquiabiertos a Colin, lívidos, con el corazón encogido. Greg se acababa de levantar de su camastro con la intención de apaciguar los ánimos hasta que el pelirrojo estalló en carcajadas.

—Joder, chicos. ¡Es una broma! —se mofó el agente federal—. ¡Qué estoy de vacaciones! Además, rituales muy similares a los de Annie también los aprendí en la biblioteca que hay en departamento en el que trabajo. Y tú no se, pequeña Annie, pero yo aún guardo los lingotes que me llevé de la mansión Babson.

—Ese libro —comenzó Patry, recordando—, ese libro que robó J.Edgar Hoover de Marsh Manor.

—Entre otros muchos.

—¿A mí me habéis censurando la novela y resulta que tenéis una biblioteca llena de libros prohibidos en el buró? —se quejó Greg.

—Hay que conocer al enemigo, chupatintas.

—No me fastidies, Colin. Dando a conocer esos datos, esas verdades, se podría informar al mundo para que estuvieran preparados. Para que pudieran defenderse de…

—Ya defendemos al mundo nosotros, Greg —le cortó Colin—. Lo que no te entra en la mollera es que al informar al mundo puede que haya más gente que decida adorar a esos monstruos que combatirlos. Por eso es mejor mantenerlo en secreto.

Greg negó la cabeza, en completo desacuerdo con Colin, pero muy agotado cómo para discutir. La noche se les echaba encima y las heridas del ataque del gigante del machete aún le dolían. Necesitaba descansar. Todos lo necesitaban. Nelly tendría sueños sobre Silas N’Kawe con los que saber algo más sobre la Casa del Ju-Ju. Y mañana tendrían que prepararse para lo que pudiera devenir de ese ritual con el Gran Mukunga y para la fiesta en la mansión de Erica Carlyle.

—Ahora que nos hemos sincerado —reconoció Greg antes de despedirse de sus amigos— me siento bastante mejor al saber un poco más de vosotros.

MdN: New York (27) La Primera visita a la Casa del Ju-Ju

Madame Loconnelle (Buscavidas y Adivina)                                  –             Hernán
Angus Lancaster (Arquitecto Masón)                                              –              Garrido

 

 

Madame Nelly Loconnelle y Angus  Lancaster se presentaron voluntarios para investigar la Casa del Ju-Ju. Antes de tomar un taxi y atravesar la ciudad hasta la dirección que Nelly consiguió en el listín telefónico, Annie les informó que el término Ju-Ju era como los santeros de Nueva Orleans se referían al poder mágico. Existía buen Ju-Ju y mal Ju-Ju.

Aunque Angus y Patry iban en taxi, no iban a entrar en ese local, que a todos los Finns les olía mal  y del que Arthur Emerson les previno, sin protección. Greg Pendergast, Colin O’Bannon, Annie O’Carolan y Liam McMurdo les seguían a una distancia prudencial montados en el Packard Twin Six de Liam. Annie se sorprendió de que Liam no se perdiese en el aglomerado tráfico de la Gran Manzana, ni confundiera el yellow cab de sus amigos, con cualquiera de los muchos taxis que circulaban por las calles y avenidas.

—¿Están seguros de que quieren bajar aquí? —les previno el taxista a Angus y Patry cuando aparcó frente a un callejón de la calle 137—. No es un buen barrio.

—Descuide, socio —contestó Angus pagando su servicio con una generosa propina.

La dirección del local, Ramson Court 1, daba a un estrecho callejón que había entre una casa de empeños abandonada y un viejo edificio de apartamentos. Patry y Angus lanzaron un vistazo hacia el coche donde sus amigos les guardaban las espaldas antes de internarse en la calleja que desembocaba en un sucio patio. Allí se encontraron otra entrada de la casa de empeños, un bloque de edificios con ventanas tapiadas, puertas dilapidadas y pintura desconchada, un denso silencio y la Casa del Ju-Ju.

Patry atisbó a un vagabundo de piel morena, agazapado en una esquina, envuelto en mantas y trapos, y aferrado a una botella de licor barato, envuelta en una bolsa de papel marrón.

La fachada de la tienda era simple y poco llamativa. Una puerta de vidrio, cortinas verdes oscuras y sucias, el escaparate sucio de polvo, en el que había expuestos múltiples objetos de arte africanos.

Entraron. Una desafinada campanita sonó. La Casa del Ju-Ju era una habitación estrecha, sucia de polvo, atiborrada de material africano: cabezas de animales disecados, máscaras de brujería, bastones de mando decorados, penachos de plumas, lanzas y tambores tribales. El ambiente depresivo, triste. Tras un mostrador había un hombre, el dependiente del establecimiento, un anciano negro, con una corona de rizado pelo blanco que les miró sonriente tras sus finos anteojos

—¿Sí?

—Muy buenas tardes, caballero —saludó Angus, derrochando carisma.

—Saludos.

—Su acento es peculiar. Usted no es de aquí, ¿me equivoco?

—Por supuesto que no, señor. Soy keniata.

—Bueno… Verá… vengo buscando algo que me ayude con… mis problemas.

—¿Problemas?

—Sí —Angus confidente, se acercó hasta el dependiente antes de señalar a Patry que estaba planteándose robar algo de la tienda—, como verá me acompaña una auténtica belleza a la que… Cómo decirlo… no soy capaz de… satisfacer…

—Oooooooh —el encargado admiró a Patry antes de inclinarse sobre el mostrador y susurrar—. Entiendo, señor. Entiendo. Busca levantar su hombría. Eso ser caro, muy caro…

—El dinero no es un problema —contestó Angus al tiempo que se fijó en que el anciano negro llevaba una tira de cuero al cuello de la que colgaba una gruesa llave—, por ella haría lo que fuera.

—Oh, amor joven. Muy bonito. Darme segundo que ir al almacén a buscar remedios, ¿sí?

El anciano anadeó hasta otra cortina que hacía las veces de puerta con el almacén. Antes de entrar, lanzó una ardiente mirada tras el mostrador, tras lo cual, les dirigió una amplia sonrisa de piraña, forzada y artificial, que consiguió helarles la sangre.

Angus aprovechó para mirar tras el mostrador, pero sólo encontró una vieja y fea alfombrilla.

El dependiente volvió con tres botes de cristal.

—Le explicar —comenzó depositando en el mostrador cada bote, tras explicarlo—. Este ser Polvo de pezuñas de Antílope: efecto muy rápido, pero para poco tiempo. Este ser Polvo de Cuerno de Rinoceronte: el mejor, le vuelve a uno fuerte para embestidas. ¿Sí? Este ser Polvo de Colmillo de Elefante: como el elefante, es lento, pero incansable. Le recomiendo el Rinoceronte. Ser el mejor. Pero ser caro.

—¿Se podrían mezclar? Una cucharada de Antílope con Elefante y…

—No recomendar. Ser  peligro. Solo de uno. Recomendar Cuerno de Rinoceronte. Sólo treinta dólars.

—Me llevaré uno, por supuesto… pero…Verá, creo que voy a necesitar algo más… potente —Angus adoptó de nuevo ese tono confidente—. Creo que me han maldecido. Tuve una novia, una chica de Nueva Orleans que jugueteaba con la magia negra…

—Se llamaba Annie… esa perra —escupió Patry que jugaba con la lengua disecada de un león.

—Se que existen amuletos más allá de estos remedios —continuó Angus—. Amuletos mágicos y… entre usted y yo ¿Estas cosas funcionan?

—Por supuesto. Sí Of course, claro. Pero necesitar de alguien que conjuros bien al amuleto.

—¿Alguien como quién?

—Yo conocer un kuhani, muy poderoso… Un brujo hechicero, ¿sí? Pero sus servicios ser caros. Muchos dólars. Sí, de veras necesitar, yo poder llamar para que próxima luna llena el Gran Mukunga…

—No puedo estar tanto tiempo esperando… —le cortó Angus lamentándose de haberle interrumpido cuando hablaba de ese tal Mukunga—, verá necesito verle cuanto antes… y cómo le he dicho, el dinero no es un problema.

Angus depositó un reluciente billete de cien dólares en la mesa.

—Es muy precipitado —comenzó a excusarse el dependiente sin apartar la vista del dinero—,quizá podríamos esperar hasta la luna nueva…

Angus depositó dos billetes de cincuenta dólares. El dependiente dudaba, era mucho dinero.

—Lo necesito cuanto antes. Esta noche.

—Imposible.

Angus juntó trescientos dólares.

—Yo… de verás que querer pero, como muy pronto, el próximo día ser… el 17, el 17 de enero podría llamar al Gran Mukunga…

—El 17 no podemos cariño —le cortó Annie. Angus se volvió ofuscado, de nuevo interrumpían al viejo cuando hablaban del tal Mukunga—. La fiesta…

—¿Fiesta? ¿Qué mierda de fiest…? ¡Oooooh, claro!  La fiesta de Eric… ¡La fiesta! Sí, claro. Disculpe, buen hombre, pero tenemos un gran evento social la noche del 17 y nos sería imposible acudir…

—Bueno, pues razón mejor para dejar para más adelante. Cuando luna en mejor posición de cielo, quizá…

Angus soltó 50 dólares más.

—¿O podríamos quedar el 17 a las… seis de la tarde? —preguntó el anciano—. ¿Según se haya puesto el sol? Para gran ritual de fecundidad con el Gran Mukunga.

—Muchas gracias —agradeció de nuevo Angus, que apenas le quedaban veinte pavos en la cartera—. Se lo agradezco enormemente, señor…

—N’Kawe —contestó el anciano dándole la mano—. Silas N’Kawe.

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—Yo soy Lord Angus Stark  —mintió Angus como un bellaco.

Silas N’Kawe se giró hacia Patry y le tendió su nudosa mano.

—¿Y usted es?

—Lady Patricia Stark —contestó Madame Loconnelle.

Y un resplandor verde cegó momentáneamente a Angus. Fue un simple flash, un fulgor verdoso que le despistó durante un segundo… pero a Silas N’Kawe le afectó mucho más. El anciano había palidecido, le temblaban las piernas y se tambaleó antes de aferrarse al mostrador. Angus le agarró del brazo al tiempo que dirigía una feroz mirada a una sonriente Patry que escondía algo en su camisola roja de largas mangas.

—¿Se encuentra bien?

Silas N’Kawe no contestó. Su mirada estaba perdida en el vacío.

—¿Qué has hecho, Patry?

—Nada, cariño —contestó Nelly con los dientes apretados. Angus liberó a Silas y aferró a la rubia del antebrazo—. Sabré cosas de él, dentro de poco, cariño. Y ahora quita tus putas manos de encima.

—Lo siento… —se excusó Silas, caminando lentamente hacia el mostrador donde guardó el dinero de Angus en una pequeña caja de galletas— Tener kizunguzungu… Un mareo… Si no importar, yo… Voy cerrar tienda ahora. Querer tumbarme a descansar.

Siles N’Kawe le tendió una bolsa de papel marró en la que había guardado algo.

—Tome… Su polvo de Cuerno de Rinoceronte… Dos cucharadas en vaso de agua, media hora antes de… Y que pasen buena noche…

—Eso ni lo dudes, encanto —se despidió Nelly, dedicándole un pícaro guiño antes de salir de la Casa del Ju-Ju.

MdN: New York (26) Las notas de Jackson Elias

Madame Loconnelle (Buscavidas y Adivina)                                  –             Hernán
Colin O’Bannon (Agente Federal)                                                    –              Toño
Liam McMurdo (Mecánico de Día, Conductor de Noche)           –              Soler
Greg Pendergast (Escritor Difamado)                                              –              Jacin
Annie O’Carolan (Cazadora de Libros)                                             –              Sarita
Angus Lancaster (Arquitecto Masón)                                              –              Garrido

 

 

Colin O’Bannon entró el primero en casa de Greg Pendergast.

Sostenía su revólver del calibre 32, pistola que, aunque de menor calibre que la automática Colt Goverment del calibre 45 que el bureu federal le había entregado junto a la placa cuando pasó a formar parte de la Unidad de Delitos Morales, siempre llevaba encima desde que su padre pusiera precio a su cabeza. Cosa que no había cambiado… salvo el precio que era mucho más alto.

Inspeccionó metódicamente toda la casa, habitación por habitación… aunque apenas había un par de habitaciones y un pequeño baño, así que muy poco en asegurarse que no había nadie.

El pequeño piso de Greg necesitaba una buena limpieza, pero por lo demás estaba vacío. Se apreciaba a primera vista que Pendergast hacía vida ante el pequeño escritorio atestado de papeles, donde imperaba una máquina de escribir Remington con un folio a medio teclear entre columnas de carpetas y libros, aunque era llamativa la corchera en la que Greg había comenzado a clavar la información que había obtenido de sus pesquisas sobre la Expedición Carlyle.

—¿Podemos pasar ya? —preguntó Liam con tono cansino.

Liam y Angus ayudaron a llegar hasta un cómodo butacón al aún malherido Greg, que lo primero que hizo fue coger su bate de baseball.

—Hola, cariño. ¡Ya estoy en casa! —le dijo al bate.

—Greg, eso es tan… triste —dijo Annie O’Carolan desde el umbral de la puerta. Tras ella entró Madame Loconnelle, con la carpeta de que Jonah Kensington le había entregado en la cafetería pegada al pecho.

Liam se abalanzó sobre la fresquera, sacó la única botella de CocaCola que había y dio buena cuenta de ella, sin ofrecer a nadie.

—Sírvete. Tú mismo. Como si estuvieras en tu casa —siseó Greg.

—Tenía sed —contestó Liam ofendido.

Annie y Greg ya estaban leyendo a una velocidad feroz los papeles de la carpeta. Angus tomó tímidamente otro juego de notas y comenzó a ojearlo por encima, mientras Colin se asomaba por las cortinas de la única ventana y oteaba la calle.

—¿Cómo viste a Jonah, Nelly? —ninguno de los Finns se acostumbraban al nuevo nombre de su amiga pero algunos, como Greg, hacían el esfuerzo de llamarla por su nueva identidad.

—Muy nervioso. Me dio mala espina, no se. Ese hombre sería capaz de hacer cualquier cosa, Greg —Greg alzó una ceja cargada de escepticismo por encima del documento que estaba leyendo—. Cualquier cosa, Greg.

—Sí, ya… Lo que tú digas.

—Anda Nelly, vamos a una cafetería cercana a pedir algo de manduca—le invitó Liam, tomándola del brazo—. Mientras, que estos ratones de biblioteca se pongan morados a leer.

—Oye, ¿y Jacob y Thomas? —preguntó Nelly mientras salían de la casa de Greg.

—De misión especial, controlando a la gente del bar de Mabel, La Gorda. Si les dejan, claro. Ese antro es un hervidero de negros sospechosos, y no lo digo por prejuicios, no señor. Colin estaba de los nervios, no paraba de ver crímenes en cada esquina de ese barrio: Vendedores de drogas, ladrones vendiendo mercancía a peristas, prostitución… Un asco, lo peor de lo peor… Todos parecen trabajar en conjunto y tienen correos, chivatos y mirones por todas partes. Críos, amas de casa, vecinos que miran por la ventana… En seguida nos localizaban y empezaban a aparecer tipos fuertes, con la palabra peligro tatuada en sus ojos, y teníamos que salir por piernas cada dos por tres.

—Vaya panorama.

—Cómo lo oyes, muñeca.

Cuando volvieron con un cargamento de grasientos bocadillos de albóndigas y apelmazadas patatas fritas, Annie, Greg y Angus les dictaron un resumen de las Notas que Jackson Elias les había legado tras sus investigaciones por todo el mundo.

Las notas constaban de, nada más y nada menos, ocho juegos bastante bien organizados de apuntes escritos a mano por Jackson.

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Jonah Kensington y Jackson Elias

El primer juego, escrito desde Nairobi comenzaba con una carta que Jackson envió a Jonah, informándole que tenía la certeza de que varios miembros blancos de la Expedición Carlyle habrían sobrevivido de la catástrofe. Los motivos que les llevaron a desaparecer de la sociedad eran un misterio, que Elias pretendía resolver. Había múltiples referencias a tribus, sectas y rituales sectarios de la zona, y a la incompetencia de los funcionarios de Nairobo. No descubrió nada importante, pero descartaba vehemente la versión oficial de la masacre Carlyle.

El segundo juego de notas describía el viaje que hizo Jackson Elias hasta el lugar de la masacre, una zona árida y yerma que, según las tribus de la región, estaba maldita por el Dios del Viento Negro, que gobernaba en la cima de su montaña.

El tercero era la transcripción de una entrevista que tuvo Elias con un tal Johnseton Kenyatta, que afirmaba que la masacre Carlyle fue obra de la Secta de la Lengua Sangrienta. Aunque elias se muestra educadamente escéptico durante la entrevista, Kenyatta es insistente. Habla del odio y terror que sienten las tribus cercanas a la secta, de su incapacidad de defenderse con la magia tribal a su sangriento culto, dirigido por una suma sacerdotisa que gobierna desde la Montaña del Viento Negro. Finaliza aclarando que no es un culto de origen africano, detalle que Jackson acusa, al infantil patriotismo que exhibe Kenyatta.

El cuarto grupo de notas profundiza en la entrevista de Kenyatta. Varias fuentes le informan de la existencia de la Secta de la Lengua Sangrienta, cuyos relatos mencionan sacrificios humanos, robo de niños y criaturas aladas que desciende de la citada montaña. Un apunte señala: Sam Mariga. Est. Tren.

El quinto es una sola hoja en la que Jackson examina el itinerario cariota de la Expedición Carlyle. Elias creía que la razón que les impulsó a desviarse a Kenia se encontraba en el Nilo.

El sexto es otra entrevista, en este caso al teniente Mark Selkirk, que estuvo al mando del grupo de rescate que encontró los cadáveres de la expedición. Menciona que los cuerpos estaban extraordinariamente bien conservados “como si la mismísima putrefacción no se atreviera a acercarse a ese lugar” Nadie fue capaz de identificar al animal que despedazó a los porteadores. “Era algo inimaginable” Selkirk opina que los Nandi son un pueblo odioso, que seguro que tuvo algo que ver, pero sospecha que el juicio fue un montaje para que los cargos electos pudieran salir al paso. Jackson confirma su sospecha: “Entre los cadáveres no había ningún europeo.”

El séptimo es otra hoja suelta. Jackson Elias tropezó con un tal “Nails” Nelson, en el bar Victoria  de Nairobi. Nelson era un mercenario que trabajaba actualmente para los italianos en la frontera de Somalia. Nelson conoció a Brady durante su servicio en la Legión Extranjera, y afirmaba haberlo visto con vida en Marzo de 1923, en Hong Kong. Brady se mostró amable “¡Ya que se pagó unas copas!”, pero poco charlatán.

Es tras este indicio cuando Jackson se convence que otros miembros de la Expedición puedan estar vivos.

El último juego de notas, el octavo, discute con Jonah una posible estructura para el libro y le informa que partirá en breve a Hong Kong, tras la pista de Jack Brady.

—Brady está vivo —concluyó Greg.

—Y Carlyle también, estoy segura —intervino Annie con arrojo, mientras rebuscaba entre los libros que cargaba en su bandolera.

—No hay ninguna nota del viaje a Hong Kong —murmuró Colin pensativo.

—En la habitación del Hotel Chelsea encontramos una foto que Thomas dijo que era de Shangai… y esa cajetilla de cerillas del tigre borracho también era de allí, pero no notas como estas —informó Nelly.

—¿Queréis más datos? —preguntó Annie con una pícara sonrisa. Y les mostró una página de un libro que había sacado de la biblioteca. En ella, dibujado con trazos gruesos estaba el mismo dibujo que los asesinos de Jackson le habían escarificado en la frente—. Con todos ustedes, el pictograma del Dios de la Lengua Sangrienta… también llamado El Dios Del Viento Negro.

Angus tomó el libro que tenía Annie y leyó el escueto apunte sobre esa deidad venida del norte de África que adoraban algunas tribus en Kenia.

—Bueno, la cuestión está clara —comenzó Angus—. Tenemos que encontrar al tipo del abrigo negro que huyó del hotel Chelsea y… darle recuerdos de parte de Jackson Elias.