Colin O’Bannon (Agente Federal) – Toño
Liam McMurdo (Mecánico de Día, Conductor de Noche) – Soler
Thomas Connery (Infante de Marina Retirado) – Bea
Greg Pendergast (Escritor Difamado) – Jacin
Annie O’Carolan (Cazadora de Libros) – Sarita
Angus Lancaster (Arquitecto Masón) – Garrido
MdN: New York (17) Archivos Médicos
—Recuérdame, ¿qué demonios hacemos aquí? —siseó Annie O’Carolan con los dientes muy apretados.
—Allanar la entrada trasera del archivo del colegio oficial de medicina de Nueva York —comenzó Angus Lancaster en un susurro—, y, mientras Colin mantiene distraído al vigilante nocturno en la entrada delantera, buscar los archivos del Doctor Huston en los que habla de Roger Carlyle.
Thomas Connery, escondido en la sombra del dintel de la entrada trasera al edificio, forzaba la puerta con la palanca que Liam McMurdo siempre guardaba en su coche. Liam estaba en su salsa, las solapas de su chaqueta elevadas, al volante de un coche que acaba de robar, con el motor encendido, ronroneando, preparado para la fuga…
— ¿Cómo he podido acceder a esta locura? —gruñó Annie.
—Eres tú la que siempre dice —le recriminó Angus—:“A veces la palabra escrita es más valiosas que un diamante…”
—¡Yo no he dicho eso!
Liam les chistó. Aunque tenía un ojo puesto en Thomas, su vista vagaba por la desangelada calleja desde la que accederían al archivo del colegio de médicos. La charla de Annie y Angus le distraía…
¡CRAC!
El chasquido de la puerta cuando Thomas la forzó reverberó por toda la calle.
—Tan sutil como un ladrillo en la ventana —se quejó Annie.
—Deja de protestar y sígueme —Angus abrió la puerta del coche y correteó hacia el edificio. Annie dejó escapar el aire por la nariz, se subió las solapas de su abrigo, imitando a Liam, y corrió tras el arquitecto.
Mientras entraban en el edificio, Liam condujo y colocó el coche en un callejón cercano a la esquina donde Greg Pendergast, enfundado en su gabardina y fingiendo que ojeaban un periódico bajo la amarillenta luz de una farola, montaba guardia.
Annie y Angus corretearon como Hansel y Gretel por el pasillo de suelos de mármol del edificio, hasta la entrada a las escaleras que descendían al sótano. Amordazado por el ruido de sus pasos, escucharon la voz, bovina y aburrida, del que debía de ser el vigilante del edificio, contestando a las cortantes preguntas que el agente federal Colin O’Bannon le inquiría.
En apenas un jadeo, bajaron hasta el primer sótano y recorrieron la compleja distribución de habitaciones y despachos, hasta el registro de los archivos, como si se hubieran estudiado los mapas del edificio hacía un par de horas… cosa que habían hecho gracias a las credenciales de Angus como arquitecto.
La puerta del despacho estaba abierta.
Angus entró el primero y oteó la habitación del registro, que constaba de una pareja de escritorios atestados de papeleo, tras uno de ellos había una docena de archivadores y tras el otro, un pequeño armarito de puerta de cristal que contenía una serie de llaves.
Cuando Angus quiso darse cuenta, Annie había abierto uno de los cajones de los archivadores y revisaba los folios de una fina carpeta…
—¡Annie! —le chistó—. ¡No tenemos tiempo que perder! Propongo que nos dividamos y…
Annie cerró con presteza y sin hacer ruido el archivador. Pasó ante Angus, ignorándole, se acercó hasta el armarito del que sustrajo un pequeño juego de llaves y salió del despacho.
—Pero qué coñ…
Annie abrió con desenvoltura la puerta posterior al despacho y accedió una sala repleta de estanterías y, en un parpadeo, emergió de ella con una carpeta bajo el brazo, pasó de nuevo ante un anonadado Angus, dejó las llaves en el armarito, escondió la carpeta dentro de su abrigo, y volvió a salir del despacho.
Angus no terminaba de dar crédito a lo que pasaba…
Annie volvió al despacho asomó su simpática cabecita con el ceño fruncido y dijo:
—¿No ha quedado claro que ya lo tengo?
—Sí, ya… pero… ¿Eso es…?
—¡Claro que sí! Me dedico a esto Angus. Así pues, ¿¡a qué esperas ahí parado con cara de besugo!?
Y correteó con pasitos rápidos hacia las escaleras.
Colin O’Bannon acababa de terminar de marear al vigilante del edificio con un galimatías legal, bastante intimidatorio además, cuando vio las figuras de Annie y Angus, emerger de las escaleras y volver por donde habían venido, sigilosos como un gato.
Thomas acababa de dejar la palanca contra la pared en la que estaba oculto, y había sacado y amartillado su automática del cuarenta y cinco, cuando Annie y Angus salieron del colegio oficial de médicos de N.Y., silenciosos como una sombra.
Greg, que apenas había podido mentalizarse en que estaba fingiendo leer el periódico en vez de leerlo, comenzó a hacer aspavientos a Thomas y a Liam, mientras Annie y Angus avanzaban hacia él, decididos como un caribú.
Y Liam, que acababa de aparcar en el callejón cuando vio a los Finns acercársele, enérgicos como un toro, boqueó aturdido…
—¿Qué ha pasado? ¿Algo ha fallado? —preguntó cuando todos se montaron en el coche y comenzó a conducir por la ruta de escape que había diseñado.
—Qué fallar, ni que niño muerto —gruñó Annie mientras sacaba la carpeta de debajo de su abrigo y comenzaba a ojear los documentos.
—Pero si apenas habéis tardado tres minutos en…
—¡Qué me dedico a esto! He visto sistemas de archivos complicados de verdad, lo de estos médicos es de jardín de infancia. El sistema de la biblioteca de la universidad de Miskatonic, eso sí es un reto. Si hasta le diseñaron su propia teoría del caos. ¡Y no me hagáis hablar del de la biblioteca del Museo del Cairo! ¡Eso es la jungla!
—Bueno —sentenció Colin orgulloso—, misión cumplida. Y sin matar a nadie.
—¡Somos los Finns!— aulló McMurdo.
—La mirada en la carretera Liam —ordenó Annie sin dejar de leer—. Es curioso, lo que estoy leyendo no son resúmenes sobre las entre Roger Carlyle y el Doctor Huston… es entre el Doctor y la hermana de Roger, Erica… ¡y le cobraba cien dólares por cada visita!
—¡Vaya! —exclamó Thomas—. Ya veo en que malgastan el dinero los ricos…
—Erica estaba turbada por las relaciones con su hermano. Según el doctor Huston, Erica era todo un ejemplo a seguir… Controlaba a la perfección sus finanzas, relaciones, trabajo… Nada afectaba a esta mujer, salvo su hermanito, así que el buen doctor le recomienda a Erica que sea Roger el que le visite…
Annie continuó leyendo los informes en silencio, mientras Liam conducía hasta las inmediaciones de su hotel. Los Finns salieron del vehículo a la fría noche neoyorquina y, ocultos por las sombras, caminaron entre columnas de vapor que emergían de las alcantarillas.
Annie no dejó de leer mientras cenaban tranquilamente en el hotel.
—Lo tengo —murmuró Annie y comenzó a leer en voz alta, aunque lo suficientemente queda cómo para que sólo los Finns pudieran escucharla—, “Hoy, Roger Carlyle ha acudido a mí a instancias de su hermana. Le aquejan unos extraños sueños en los que una voz le llama por segundo nombre, Vane, con el cual Carlyle se identifica a sí mismo…
https://exiliadodecarcosa.wordpress.com/2016/06/13/prologo-el-sueno/
… estos sueños le producen una gran satisfacción, pero no le permiten descansar correctamente… Esta actitud esquizofrénica caracteriza gran parte de la vida del señor Carlyle”
—¿Qué es una cruz ansada? —preguntó Thomas.
—Un jeroglífico, un dibujo egipcio, que se llama Ank y que significa vida —contestó Annie sin dejar de leer.
—Así que puesto del revés… —augura el militar.
—Muerte —confirma Angus.
—Atentos —Annie vuelve a leer— “Se refiera a ella como M’Weru, y dice que es una sacerdotisa. Profesa por ella auténtica devoción, algo que veo correcto para contrarrestar sus tendencias megalomaníacas. Sin embargo, esa mujer se ha convertido en un rival frente a mi autoridad”
—Parece que el Doctor y la Reina de Ébano no se llevaban bien —conjetura Angus.
—Sólo hay una pequeña anotación tras este informe —informa Annie—, “Carlyle dice que si no voy con él, amen…”
Los Finns esperaron a que Annie dijera algo más, pero la cazadora de libros dejó a un lado la carpeta y comenzó a cenar.
—¿Amen? —inquirió Liam.
—Estoy casi segura que es amenaza —dijo Annie tras masticar su ensalada—, algo en referencia a sus líos de faldas, seguramente.
—Ósea —dijo Greg—, que Carlyle coaccionó a Huston para que le acompañase a la Expedición.
—Es una teoría a tener en cuenta—concluyó Colin.
Se fueron a dormir pronto.
El día siguiente sería quince de enero.
El día siguiente sería cuando Jackson Elias llegaría a Nueva York, con más información sobre la Expedición Carlyle.