Guardacostas Urania
Capitán Stephen Hearst
Teniente de Navío, Martin Winter (Segundo al Mando) – Hernán(2)
Suboficial de 1ª Tolben (Cañón 75mm Proa) – Garrido
Marinero Bart (MUERTO)
Marinero Ralph (MUERTO)
Marinero Skinner
Suboficial de 3ª Chimes (Ametralladora 30 Estribor) – Sarita
Marinero LaParca (Ametralladora 50 Babor) – Soler
Marinero Henson (Ametralladora 50 Estribor) (MUERTO)- Jacin
Marinero Fulton (Tiene una Pistola de Bengalas) – Toño
Grumete Taft (16 años) (MUERTO) – Hernán
Thomas Connery (Infante de Marina) – Bea
Jacob O’Neil (Sargento de Policía) – Raúl
El Cocinero
44 MARINEROS – 34 MUERTOS
Patrullera Vigilant (HUNDIDA)
Patrullera Spectre
Suboficial “Jefe” Jhon Wallis (Fuma como un carretero) -Jacin (2)
15 Marineros – 6 MUERTOS
El capitán Hearst no paraba de ladrar órdenes por la cubierta, ordenando a todo el mundo que corriera a sus puestos de combate y que disparasen hacia Innsmouth. Él mismo disparaba sin mirar con su automática del 45 hacia el mar, hacia la ciudad.
‒ ¡Estamos ante una ciudad invadida por demonios! ―aullaba rabioso―. ¡Estamos ante las puertas del Infierno! ¡Disparad mis cruzados! ¡Disparad mis guerreros divinos! ¡Acabad con las hordas demoníacas! ¡Fuego a discreción! ¡Que no quede ninguno con vida!
El teniente de navío Winters miraba con los ojos entrecerrados al capitán desde la timonera, fantaseaba con que bajaba y se posicionaba tras Hearst para empujarlo por la barandilla. Se imaginaba que la fatigaba y herida tripulación rompía en aplausos y felicitaciones. Que le nombraban capitán. Qué demonios, por eso se merecía ser comodoro, por lo menos.
Pero, el teniente de navío Winters sólo imaginaba y su vista se quedó clavada en el mar… en algo que estaba viendo y no podía creer.
El suboficial de 1ª Tolben se volvió hacia Thomas Connery, Jacob O’Neil y su comparsa, el marinero Fulton.
―¡Ese hombre está loco! ―sentenció Tolben―. Se cree un ángel vengador y pretende hacer llover fuego y azufre sobre Innsmouth.
―A mí lo que me preocupa no es eso ―murmuró Jacob taciturno, contemplando como el capitán Hearst pateaba a un marinero muerto, ordenándole que se levantase y se aprestase para la lucha―. Lo que me preocupa es que todo aquel que se le interponga puede acabar con un tiro en las tripas.
Pedro LaParca y el suboficial de 3ª Chimes habían conseguido escapar de la atención de Hearst mientras se curaban las heridas con un pequeño botiquín de primeros auxilios.
Entonces, Thomas golpeó en el antebrazo a Jacob.
― ¿Qué?
Thomas no dijo nada. Volvió a golpear a Jacob en el brazo.
―¿Qué? ―Otro golpe―. ¿¡Qué!? ¿Qué pasa, Thomas? ¿Qué quieres?
Thomas estaba mudo… Señalaba hacia la negra, brillante e irregular superficie del Arrecife del Diablo, desde donde una horda de profundos, muchos, incontables, nadaban hacia Innsmouth…
Y a algo más…
Algo enorme. Del tamaño de un edificio de cinco planta. Algo gigantesco que emergía del agua, tras el arrecife sobre el cual se está formando una nube de bruma densa y blanca.
Era un profundo, sí, pero un profundo enorme. Una figura abotargada, escamosa, increíble. Una docena de profundos se agarraban a la criatura mientras se ponía en lo alto del arrecife, segundos antes de lanzar un gorgoteante bramido que heló los corazones de todos aquellos que lo escucharon.
―Dagon ―murmuró Thomas Connery con un hilo de voz.
La triste detonación de una pistola sacó a muchos de los marineros del Urania del terror que les atenazaba. Se trataba del capitán Hearst… que sonreía.
―¡Ese Hijo de Puta es Mío! ―gritó con los labios recubiertos de saliva espumosa―. ¡Timonel! ¡¡¡Vire el barco en dirección a esa cosa!!!
Mientras tanto, a cientos de metros de distancia, en la patrullera Spectre, el suboficial Jhon “El Jefe” Wallis se quemó los dedos con la cerilla que sujetaba ante su cara… Estaba bloqueado, observando con pavor el resurgir de Dagon en el arrecife del Diablo mientras, alrededor de su patrullera, nadaba parte de la horda de profundos que se dirigían a la costa de Innsmouth.
―¡Homb-b-bres! ―gritó con voz tartamudeante, pero los marineros estaban congelados ante la imagen del padre de los profundos y su progenie que nadaba por todo el oscuro mar― ¡Maldición! ¡Tripulación! A sus puestos de combate. Quiero esas ametralladoras disparando a todo lo que se acerque nuestra quilla. ¡Quiero que el timón vire a Sur suroeste! ¡A toda máquina!
Pero el contramaestre de Wallis no repitió sus órdenes porque había desaparecido tras la ola que hundió al Vigilant y su timonel estaba blanco, inmóvil, mientras una oscura mancha se expandía en sus pantalones y un charco amarillo se formaba a sus pies.
Y la patrullera Spectre navegaba a toda velocidad hacia el arrecife del Diablo… Hacia esa cosa enorme.
En el guardacostas Urania el teniente de navío Winters podría haber intervenido, haber cancelado las enajenadas órdenes del enajenado capitán Hearst. Podría haber hecho algo heroico como su mente fantaseaba… pero estaba acuclillado en la timonera, tapándose los ojos, llorando, deseando no estar allí.
―¡Mi hermano! ―gritó el marinero Fulton, con la vista clavada en Dagon―. ¡Mi hermano se ahoga! ¡Tengo que salvarlo!
Fulton pasó corriendo ante Thomas y Jacob y se tiró por la borda.
―¡Fulton! ―gritó Jacob, intentando agarrarlo, pero el marinero se lanzó al agua antes de que pudiera hacer nada por él. Thomas les ignoró. El Finn chillaba. En su cabeza todo era rabia, todo era miedo, todo era odio. Comenzó a disparar con su rifle, desquiciado, asustado, furibundo.
Jacob miró hacia el mar que se había tragado a Fulton… y luego miró a su derecha donde descansaba laxa una ametralladora del calibre treinta. Se aferró al arma. Apuntó hacia la gran figura del Dagon y, gritando, apretó el gatillo, sintiendo el embestir del traqueteo de la potente ametralladora, controlando el retroceso que empujaba el cañón al cielo. Las balas trazadoras volaron brillantes y parte de la ráfaga impactó al padre de los profundos, arrancándole un grito de dolor.
LaParca le imitó. Se posicionó en su ametralladora del calibre cincuenta pero se tomó unos deliciosos segundos más para apuntar al monstruo… A un profundo que trepaba por su vientre abotargado.
―Blanco pequeño ―dijo en español―. Error pequeño.
La técnica del marinero era mejor que la de Jacob y cuando apretó el gatillo su ráfaga de disparos fue perfecta, de arriba a abajo. Una lluvia de plomo incandescente impactó al monstruo, destrozó a varios de sus pequeños secuaces mientras causaba un aluvión de heridas negras entre sus escamas.
El suboficial Chimes disparó con su fusil pero el disparo se perdió en la bruma.
―Este arma no funciona ―murmuró hierático, antes de tirar el rifle por la borda.
Tolben disparó el cañón pero el obús se quedó bajo. Impactó en el arrecife, arrancando esquirlas de piedra negra, matando profundos, levantando la misteriosa bruma.
Dagon rugió hacia el Urania, antes de dar un gran salto. Era espectacular y aterrador contemplar a una criatura tan grande saltar con gracilidad y caer al agua, donde se sumergió dejando un rastro de negra sangre oleosa.
―¡Que los monstruos no suban a bordo! ―gritaba “El Jefe” Wallis en el Spectre. El disparo del cañón parecía haber sacado a su tripulación del aterrador efecto hipnótico que el monstruo poseía… no era ningún poder, ni ninguna magia. Era, simplemente, aterrador ver una criatura tan grande en movimiento.
Wallis empujó al timonel a un lado mientras los marineros corrían por cubierta, disparando y chillando. El capitán de la Spectre dio un volantazo al timón y el barco se escoró hacia derecha, hacia Innsmouth, evitando embestir al arrecife pero, todos en su embarcación sintieron la cubierta temblar cuando algo enorme pasó buceando bajo ellos.
―¡Va hacia Innsmouth! ―gritó Chimes en el Urania, al tiempo que disparaba con su pistola hacia el mar. Su disparo se perdió en el aire y Chimes miró la pistola―. Esta rota ―comentó al aire antes de arrojarla por la borda.
Algo similar le ocurría a Thomas que apretaba el gatillo de su fusil 30-06 pero el arma no disparaba…
―Maldita sea ―chillaba Thomas cada vez que accionaba el gatillo, pero no abría fuego―. ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! ¡Mald…!
Presa de su rabia, Thomas se había olvidado de accionar el mecanismo de cerrojo del fusil. Cuando se percató, gritó enrabietado, antes de accionarlo.
Jacob se apartó de la ametralladora. No como LaParca que continuaba disparando, riendo, aullando en español. El policía sacó su automática del 45 mientras miraba anonadado a su alrededor. El capitán Hearst pasó gritando a su lado, le golpeó en el hombro antes de disparar con su pistola, a ciegas, pero impactó en la espalda de un marinero que cayó al mar. Tolben se afanaba en recargar su cañón en solitario. Un marinero corría gritando en dirección contraria a Jacob arañándose la cara. Otro comenzó a golpear su cabeza contra la barandilla mientras gritaba palabras en griego. Jacob no pudo evitar que una zarpa palmeada, agarrase la pierna del hombrecillo y le arrastrase al mar, al tiempo que varios profundos se afanaban por subir a la cubierta del Urania.
El caos reinaba por el guardacostas que perseguía a Dagon a toda velocidad.
Hacia Innsmouth.
―Esto es el final ―murmuró Jacob.
La tripulación del Spectre se lanzó con rabia sobre sus propios invasores. Dispararon a los profundos con sus ametralladoras, con los fusiles, empujaron a dos por la borda con unos arpones, e incluso Wallis abatió a uno de un certero disparo con su pistola del calibre 45.
―¡Skinneeeeer! ―gritó Wallis ―¡Tome el timón! ¡Reduzca velocidad! ¡Quiero que dos hombres echen a ese engendro de mi barco! Y…
Wallis observó atónito como el Urania pasaba a toda máquina por su popa.
―Pero… ¿A dónde demonios va Hearst?
El capitán Hearst y Tolben discutían al pie del cañón. El capitán le apuntaba con la pistola, pero la corredera estaba desplazada completamente hacia atrás porque el arma estaba vacía. Thomas se giró a su espalda donde había un profundo al que disparó a bocajarro. Jacob le imitó, pero su disparo impactó a los pies de otro profundo que enarbolaba una lanza. LaParca comenzó a forcejear con el mecanismo de agarre que sostenía su ametralladora, con intención de liberarla del trípode, cuando un profundo se le echó encima. El marinero se apartó a tiempo de ver pasar ante sus ojos una cuchilla que se clavó en medio de la cabeza anfibia. Había sido arrojada por el ángel de la guardia del marinero LaParca, el Cocinero del Urania. Un profundo arrojó a un marinero por la borda. Dos criaturas se lanzaron sobre el suboficial Chimes. Este agarró de las garras a uno de los monstruos marinos evitando su ataque pero el otro le lanzó un zarpazo al vientre. Chimes se apartó de los monstruos, mareado, tambaleándose, notando como el aliento se le escapaba y el frío le llenaba. Se palpó la tripa, notó algo pringoso y descubrió sus manos manchadas de sangre.
Cayó al suelo, segundos después de que sus tripas se desparramaran por la cubierta.
Dagon trepó al espigón de la bahía de Innsmouth. Sus grandes zarpas palmeadas caminaron a zancadas por las piedras, camino a la ciudad.
“El Jefe” Wallis y su tripulación abatieron al resto de monstruos de su barco, consiguiendo un segundo de calma en la patrullera. Así pudieron presenciar el espectáculo que ocurriría a continuación en el espigón de Innsmouth.
El teniente de navío Winters estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Estaba tan asustado que no vio a un profundo que había subido hasta la timonera.
El profundo que se hallaba ante Winters estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Quería destrozar de un zarpazo al timonel del Urania.
Thomas estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Estaba a horcajadas del profundo que había matado, golpeándole la cabeza con la culata de su rifle.
Jacon estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Forcejeaba sobre la cubierta con un profundo que babeaba sobre su cara mientras intentaba matarle a zarpazos y mordiscos.
LaParca estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Había desanclado la ametralladora del calibre 50 y disparaba sobre la cubierta, abatiendo todo lo que se le ponía en medio… como casi todos los marineros habían muerto, LaParca acertó a varios profundos a los que destrozó a balazos.
El suboficial Chimes estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Se estaba muriendo.
El suboficial Tolben estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. El capitán Hearst estaba fuera de sí y, como no tenía munición, no le había matado… pero él tenía una pistola y la sacó de su funda con intención de acabar con el tirano.
El marinero Fulton estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Su hermano se ahogaba. Tenía que salvarlo. Así que tomaba aire y buceaba en las oscuras aguas de la bahía de Innsmouth buscándole, con intención de asistirle, de cogerle de las axilas y sacarlo. Cuando el aire se acababa, Fulton volvía a la superficie a tomar más aire y así de nuevo a bucear.
Sólo él podía salvarle. Era Fulton. Tenía una pistola de bengalas.
El timonel de Urania estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. El profundo a su espalda le acababa de partir en dos de un zarpazo.
Dagon estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Tenía una misión. Tenía que llegar hasta el edificio de la Orden Esotérica.
LaParca se quedó sin munición… El cañón humeante de su ametralladora apuntaba al gigantesco padre de los profundos que estaba en tierra…
¡En una tierra que se les acercaba muy rápidamente!
―¡Alarma de colisión! ―chilló LaParca, al tiempo que arrojaba la ametralladora y corría para agarrarse al cañón del Urania. Tolben intentó agarrarse, pero el impacto le arrojó contra su arma, se golpeó la cara, cayendo inconsciente al suelo.
El Capitán Hearst no. Miró a LaParca con sus claros ojos azules antes de ser impulsado violentamente por la inercia del barco. Sus pies despegaron del suelo, voló, pasó volando por encima de la borda y desapareció, engullido por las aguas que golpeaban en el espigón.
La fuerza del impacto arrojó a Thomas contra el suelo, se golpeó la cabeza y se retorció por el suelo mientras una brecha le llenaba la cara de sangre.
Jacob rodó por el suelo abrazado al profundo con el que forcejaba. Aprovechó la inercia para arrojarlo del barco de un patadón. Se arrastró por la cubierta, temblando, de frío y miedo, se abrazó a si mismo mientras contemplaba, horrorizado, como la costa de Innsmouth estaba siendo invadida por un enjambre de profundos.
No los habían podido detener. Nunca los podrían detener.
Winters observó como el profundo y los restos destrozados del timonel salían despedidos de la timonera, vete a saber donde. Él, salió de su estado de shock, se alzó lentamente, temblando de miedo, temiendo ver otra vez al horror que había surgido del mar.
Y lo vio.
Andando por el espigón.
Y vio el cañón.
Sus años de estudio en la escuela de oficiales se abrieron paso a zarpazos entre el horror vivido. Encendieron una llama de razón, de fuerza, de cordura en el joven teniente.
―Esta a tiro ―murmuró con los dientes castañeteando― ¡Está a tiro! ¡Está a tiro! ¡Oficial del cañón! ¡Dispare! ¡Dispare, maldita sea! ¡Está a tiro!
Pedro LaParca, el marinero que se había convertido en la diana de muchas burlas en el Urania a causa de su precario nivel de inglés y sus aires de gallito, alzó la cabeza y vio el cañón, vio a Dagon.
Jacob O’Neil, que se había convertido en la diana de muchas de las burlas de los Finns porque se había hecho policía, alzó la cabeza y vio una de las ametralladoras, vio a Dagón. Jacob la tomó apretó el gatillo y disparó a ciegas. Las balas trazadoras volaron cerca del monstruoso padre de los profundos…
… pero no le acertaron.
Pedro LaParca giró las manivelas que movían la pieza de artillería. Apuntó y apretó la palanca.
El cañón disparó.
El obús voló por el aire.
Y explotó… destrozando varias casas de pescadores del puerto, pero sin herir a Dagon, que se internó a grandes zancadas en la ciudad.
Pedro LaParca cayó de rodillas, derrotado. Al teniente de navío Winters le encontraron horas después junto al timón, encogido, en posición fetal, chupándose el dedo. Thomas Connery se sentó junto a un vencido Jacob O’Neil y le pasó el brazo por encima de los hombros.
―El agua… ―murmuraba Jacob―. El agua… El agua…
―Tranquilo ―susurró Thomas―. Tranquilo Jacob. A los otros les habrá ido mejor… Seguro.
El Suboficial Jhon Wallis se dejó caer, agotado, encima del timón del Spectre. Sabía que tendría que acercarse hasta el Urania para recoger a los supervivientes (si los había) del impacto del barco contra el espigón pero, en ese momento, su tripulación y él mismo se habían ganado un par de minutos de paz, de descanso.
Se sacó un cigarrillo y antes de que le iluminase el candor de la cerilla, una luz blanquecina le iluminó a su espalda. Jhon Wallis “El Jefe” se volteó. Una bengala descendía lentamente iluminando el mar, donde una solitaria figura les saludaba desde las oscuras aguas.
No sabemos cómo pero, aterido de frío, calado hasta los huesos, con visibles síntomas de hipotermia y chapoteando como podía, estaba el marinero Fulton, que agitaba con fuerza, su pistola de bengalas.