La Redada (21) Dagon Emerge

Guardacostas Urania

Capitán Stephen Hearst

Teniente de Navío, Martin Winter (Segundo al Mando)                              – Hernán(2)

Suboficial de 1ª Tolben (Cañón 75mm Proa)                      – Garrido

Marinero Bart (MUERTO)

Marinero Ralph (MUERTO)

Marinero Skinner

Suboficial de 3ª Chimes (Ametralladora 30 Estribor)       – Sarita

Marinero LaParca (Ametralladora 50 Babor)                      – Soler

Marinero Henson (Ametralladora 50 Estribor) (MUERTO)- Jacin

Marinero Fulton (Tiene una Pistola de Bengalas)             – Toño

Grumete Taft  (16 años) (MUERTO)                                       – Hernán

Thomas Connery (Infante de Marina)                                  – Bea

Jacob O’Neil (Sargento de Policía)                                          – Raúl

El Cocinero

44 MARINEROS –  34 MUERTOS

 

Patrullera Vigilant (HUNDIDA)

 

Patrullera Spectre

Suboficial “Jefe” Jhon Wallis (Fuma como un carretero)               -Jacin (2)

15 Marineros – 6 MUERTOS

 

El capitán Hearst no paraba de ladrar órdenes por la cubierta, ordenando a todo el mundo que corriera a sus puestos de combate y que disparasen hacia Innsmouth. Él mismo disparaba sin mirar con su automática del 45 hacia el mar, hacia la ciudad.

‒ ¡Estamos ante una ciudad invadida por demonios! ―aullaba rabioso―. ¡Estamos ante las puertas del Infierno! ¡Disparad mis cruzados! ¡Disparad mis guerreros divinos! ¡Acabad con las hordas demoníacas! ¡Fuego a discreción! ¡Que no quede ninguno con vida!

El teniente de navío Winters miraba con los ojos entrecerrados al capitán desde la timonera, fantaseaba con que bajaba y se posicionaba tras Hearst para empujarlo por la barandilla. Se imaginaba que la fatigaba y herida tripulación rompía en aplausos y felicitaciones. Que le nombraban capitán. Qué demonios, por eso se merecía ser comodoro, por lo menos.

Pero, el teniente de navío Winters sólo imaginaba y su vista se quedó clavada en el mar… en algo que estaba viendo y no podía creer.

El suboficial de 1ª Tolben se volvió hacia Thomas Connery, Jacob O’Neil y su comparsa, el marinero Fulton.

―¡Ese hombre está loco! ―sentenció Tolben―. Se cree un ángel vengador y pretende hacer llover fuego y azufre sobre Innsmouth.

―A mí lo que me preocupa no es eso ―murmuró Jacob taciturno, contemplando como el capitán Hearst pateaba a un marinero muerto, ordenándole que se levantase y se aprestase para la lucha―. Lo que me preocupa es que todo aquel que se le interponga puede acabar con un tiro en las tripas.

Pedro LaParca y el suboficial de 3ª Chimes habían conseguido escapar de la atención de Hearst mientras se curaban las heridas con un pequeño botiquín de primeros auxilios.

Entonces, Thomas golpeó en el antebrazo a Jacob.

― ¿Qué?

Thomas no dijo nada. Volvió a golpear a Jacob en el brazo.

―¿Qué? ―Otro golpe―. ¿¡Qué!? ¿Qué pasa, Thomas? ¿Qué quieres?

Thomas estaba mudo… Señalaba hacia la negra, brillante e irregular superficie del Arrecife del Diablo, desde donde una horda de profundos, muchos, incontables, nadaban hacia Innsmouth…

Y a algo más…

Algo enorme. Del tamaño de un edificio de cinco planta. Algo gigantesco que emergía del agua, tras el arrecife sobre el cual se está formando una nube de bruma densa y blanca.

Era un profundo, sí, pero un profundo enorme. Una figura abotargada, escamosa, increíble. Una docena de profundos se agarraban a la criatura mientras se ponía en lo alto del arrecife, segundos antes de  lanzar un gorgoteante bramido que heló los corazones de todos aquellos que lo escucharon.

―Dagon ―murmuró Thomas Connery con un hilo de voz.

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Dagón Emerge, de skullbeast (Deviantart)

La triste detonación de una pistola sacó a muchos de los marineros del Urania del terror que les atenazaba. Se trataba del capitán Hearst… que sonreía.

―¡Ese Hijo de Puta es Mío! ―gritó con los labios recubiertos de saliva espumosa―. ¡Timonel! ¡¡¡Vire el barco en dirección a esa cosa!!!

Mientras tanto, a cientos de metros de distancia, en la patrullera Spectre, el suboficial Jhon “El Jefe” Wallis se quemó los dedos con la cerilla que sujetaba ante su cara… Estaba bloqueado, observando con pavor el resurgir de Dagon en el arrecife del Diablo mientras, alrededor de su patrullera, nadaba parte de la horda de profundos que se dirigían a la costa de Innsmouth.

―¡Homb-b-bres! ―gritó con voz tartamudeante, pero los marineros estaban congelados ante la imagen del padre de los profundos y su progenie que nadaba por todo el oscuro mar― ¡Maldición! ¡Tripulación! A sus puestos de combate. Quiero esas ametralladoras disparando a todo lo que se acerque nuestra quilla. ¡Quiero que el timón vire a Sur suroeste! ¡A toda máquina!

Pero el contramaestre de Wallis no repitió sus órdenes porque había desaparecido tras la ola que hundió al Vigilant y su timonel estaba blanco, inmóvil, mientras una oscura mancha se expandía en sus pantalones y un charco amarillo se formaba a sus pies.

Y la patrullera Spectre navegaba a toda velocidad hacia el arrecife del Diablo… Hacia esa cosa enorme.

En el guardacostas Urania el teniente de navío Winters podría haber intervenido, haber cancelado las enajenadas órdenes del enajenado capitán Hearst. Podría haber hecho algo heroico como su mente fantaseaba… pero estaba acuclillado en la timonera, tapándose los ojos, llorando, deseando no estar allí.

―¡Mi hermano! ―gritó el marinero Fulton, con la vista clavada en Dagon―. ¡Mi hermano se ahoga! ¡Tengo que salvarlo!

Fulton pasó corriendo ante Thomas y Jacob y se tiró por la borda.

―¡Fulton! ―gritó Jacob, intentando agarrarlo, pero el marinero se lanzó al agua antes de que pudiera hacer nada por él. Thomas les ignoró. El Finn chillaba. En su cabeza todo era rabia, todo era miedo, todo era odio. Comenzó a disparar con su rifle, desquiciado, asustado, furibundo.

Jacob miró hacia el mar que se había tragado a Fulton… y luego miró a su derecha donde descansaba laxa una ametralladora del calibre treinta. Se aferró al arma. Apuntó hacia la gran figura del Dagon y, gritando, apretó el gatillo, sintiendo el embestir del traqueteo de la potente ametralladora, controlando el retroceso que empujaba el cañón al cielo. Las balas trazadoras volaron brillantes y parte de la ráfaga impactó al padre de los profundos, arrancándole un grito de dolor.

LaParca le imitó. Se posicionó en su ametralladora del calibre cincuenta pero se tomó unos deliciosos segundos más para apuntar al monstruo… A un profundo que trepaba por su vientre abotargado.

Blanco pequeño ―dijo en español―. Error pequeño.

La técnica del marinero era mejor que la de Jacob y cuando apretó el gatillo su ráfaga de disparos fue perfecta, de arriba a abajo. Una lluvia de plomo incandescente impactó al monstruo, destrozó a varios de sus pequeños secuaces mientras causaba un aluvión de heridas negras entre sus escamas.

El suboficial Chimes disparó con su fusil pero el disparo se perdió en la bruma.

―Este arma no funciona ―murmuró hierático, antes de tirar el rifle por la borda.

Tolben disparó el cañón pero el obús se quedó bajo. Impactó en el arrecife, arrancando esquirlas de piedra negra, matando profundos, levantando la misteriosa bruma.

Dagon rugió hacia el Urania, antes de dar un gran salto. Era espectacular y aterrador contemplar a una criatura tan grande saltar con gracilidad y caer al agua, donde se sumergió dejando un rastro de negra sangre oleosa.

―¡Que los monstruos no suban a bordo! ―gritaba “El Jefe” Wallis en el Spectre. El disparo del cañón parecía haber sacado a su tripulación del aterrador efecto hipnótico que el monstruo poseía… no era ningún poder, ni ninguna magia. Era, simplemente, aterrador ver una criatura tan grande en movimiento.

Wallis empujó al timonel a un lado mientras los marineros corrían por cubierta, disparando y chillando. El capitán de la Spectre dio un volantazo al timón y el barco se escoró hacia derecha, hacia Innsmouth, evitando embestir al arrecife pero, todos en su embarcación sintieron la cubierta temblar cuando algo enorme pasó buceando bajo ellos.

―¡Va hacia Innsmouth! ―gritó Chimes en el Urania, al tiempo que disparaba con su pistola hacia el mar. Su disparo se perdió en el aire y Chimes miró la pistola―. Esta rota ―comentó al aire antes de arrojarla por la borda.

Algo similar le ocurría a Thomas que apretaba el gatillo de su fusil 30-06 pero el arma no disparaba…

―Maldita sea ―chillaba Thomas cada vez que accionaba el gatillo, pero no abría fuego―. ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! ¡Mald…!

Presa de su rabia, Thomas se había olvidado de accionar el mecanismo de cerrojo del fusil. Cuando se percató, gritó enrabietado, antes de accionarlo.

Jacob se apartó de la ametralladora. No como LaParca que continuaba disparando, riendo, aullando en español. El policía sacó su automática del 45 mientras miraba anonadado a su alrededor. El capitán Hearst pasó gritando a su lado, le golpeó en el hombro antes de disparar con su pistola, a ciegas, pero impactó en la espalda de un marinero que cayó al mar. Tolben se afanaba en recargar su cañón en solitario. Un marinero corría gritando en dirección contraria a Jacob arañándose la cara. Otro comenzó a golpear su cabeza contra la barandilla mientras gritaba palabras en griego. Jacob no pudo evitar que una zarpa palmeada, agarrase la pierna del hombrecillo y le arrastrase al mar, al tiempo que varios profundos se afanaban por subir a la cubierta del Urania.

El caos reinaba por el guardacostas que perseguía a Dagon a toda velocidad.

Hacia Innsmouth.

―Esto es el final ―murmuró Jacob.

La tripulación del Spectre se lanzó con rabia sobre sus propios invasores. Dispararon a los profundos con sus ametralladoras, con los fusiles, empujaron a dos por la borda con unos arpones, e incluso Wallis abatió a uno de un certero disparo con su pistola del calibre 45.

―¡Skinneeeeer! ―gritó Wallis ―¡Tome el timón! ¡Reduzca velocidad! ¡Quiero que dos hombres echen a ese engendro de mi barco! Y…

Wallis observó atónito como el Urania pasaba a toda máquina por su popa.

―Pero… ¿A dónde demonios va Hearst?

El capitán Hearst y Tolben discutían al pie del cañón. El capitán le apuntaba con la pistola, pero la corredera estaba desplazada completamente hacia atrás porque el arma estaba vacía. Thomas se giró a su espalda donde había un profundo al que disparó a bocajarro. Jacob le imitó, pero su disparo impactó a los pies de otro profundo que enarbolaba una lanza. LaParca comenzó a forcejear con el mecanismo de agarre que sostenía su ametralladora, con intención de liberarla del trípode, cuando un profundo se le echó encima. El marinero se apartó a tiempo de ver pasar ante sus ojos una cuchilla que se clavó en medio de la cabeza anfibia. Había sido arrojada por el ángel de la guardia del marinero LaParca, el Cocinero del Urania. Un profundo arrojó a un marinero por la borda. Dos criaturas se lanzaron sobre el suboficial Chimes. Este agarró de las garras a uno de los monstruos marinos evitando su ataque pero el otro le lanzó un zarpazo al vientre. Chimes se apartó de los monstruos, mareado, tambaleándose, notando como el aliento se le escapaba y el frío le llenaba. Se palpó la tripa, notó algo pringoso y descubrió sus manos manchadas de sangre.

Cayó al suelo, segundos después de que sus tripas se desparramaran por la cubierta.

Dagon trepó al espigón de la bahía de Innsmouth. Sus grandes zarpas palmeadas caminaron a zancadas por las piedras, camino a la ciudad.

“El Jefe” Wallis y su tripulación abatieron al resto de monstruos de su barco, consiguiendo un segundo de calma en la patrullera. Así pudieron presenciar el espectáculo que ocurriría a continuación en el espigón de Innsmouth.

El teniente de navío Winters estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Estaba tan asustado que no vio a un profundo que había subido hasta la timonera.

El profundo que se hallaba ante Winters estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Quería destrozar de un zarpazo al timonel del Urania.

Thomas estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Estaba a horcajadas del profundo que había matado, golpeándole la cabeza con la culata de su rifle.

Jacon estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Forcejeaba sobre la cubierta con un profundo que babeaba sobre su cara mientras intentaba matarle a zarpazos y mordiscos.

LaParca estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Había desanclado la ametralladora del calibre 50 y disparaba sobre la cubierta, abatiendo todo lo que se le ponía en medio… como casi todos los marineros habían muerto, LaParca acertó a varios profundos a los que destrozó a balazos.

El suboficial Chimes estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Se estaba muriendo.

El suboficial Tolben estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. El capitán Hearst estaba fuera de sí y, como no tenía munición, no le había matado… pero él tenía una pistola y la sacó de su funda con intención de acabar con el tirano.

El marinero Fulton estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Su hermano se ahogaba. Tenía que salvarlo. Así que tomaba aire y buceaba en las oscuras aguas de la bahía de Innsmouth buscándole, con intención de asistirle, de cogerle de las axilas y sacarlo. Cuando el aire se acababa, Fulton volvía a la superficie a tomar más aire y así de nuevo a bucear.

Sólo él podía salvarle. Era Fulton. Tenía una pistola de bengalas.

El timonel de Urania estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. El profundo a su espalda le acababa de partir en dos de un zarpazo.

Dagon estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Tenía una misión. Tenía que llegar hasta el edificio de la Orden Esotérica.

LaParca se quedó sin munición… El cañón humeante de su ametralladora apuntaba al gigantesco padre de los profundos que estaba en tierra…

¡En una tierra que se les acercaba muy rápidamente!

―¡Alarma de colisión! ―chilló LaParca, al tiempo que arrojaba la ametralladora y corría para agarrarse al cañón del Urania. Tolben intentó agarrarse, pero el impacto le arrojó contra su arma, se golpeó la cara, cayendo inconsciente al suelo.

El Capitán Hearst no. Miró a LaParca con sus claros ojos azules antes de ser impulsado violentamente por la inercia del barco. Sus pies despegaron del suelo, voló, pasó volando por encima de la borda y desapareció, engullido por las aguas que golpeaban en el espigón.

La fuerza del impacto arrojó a Thomas contra el suelo, se golpeó la cabeza y se retorció por el suelo mientras una brecha le llenaba la cara de sangre.

Jacob rodó por el suelo abrazado al profundo con el que forcejaba. Aprovechó la inercia para arrojarlo del barco de un patadón. Se arrastró por la cubierta, temblando, de frío y miedo, se abrazó a si mismo mientras contemplaba, horrorizado, como la costa de Innsmouth estaba siendo invadida por un enjambre de profundos.

No los habían podido detener. Nunca los podrían detener.

Winters observó como el profundo y los restos destrozados del timonel salían despedidos de la timonera, vete a saber donde. Él, salió de su estado de shock, se alzó lentamente, temblando de miedo, temiendo ver otra vez al horror que había surgido del mar.

Y lo vio.

Andando por el espigón.

Y vio el cañón.

Sus años de estudio en la escuela de oficiales se abrieron paso a zarpazos entre el horror vivido. Encendieron una llama de razón, de fuerza, de cordura en el joven teniente.

―Esta a tiro ―murmuró con los dientes castañeteando― ¡Está a tiro! ¡Está a tiro! ¡Oficial del cañón! ¡Dispare! ¡Dispare, maldita sea! ¡Está a tiro!

Pedro LaParca, el marinero que se había convertido en la diana de muchas burlas en el Urania a causa de su precario nivel de inglés y sus aires de gallito, alzó la cabeza y vio el cañón, vio a Dagon.

Jacob O’Neil, que se había convertido en la diana de muchas de las burlas de los Finns porque se había hecho policía, alzó la cabeza y vio una de las ametralladoras, vio a Dagón. Jacob la tomó apretó el gatillo y disparó a ciegas. Las balas trazadoras volaron cerca del monstruoso padre de los profundos…

… pero no le acertaron.

Pedro LaParca giró las manivelas que movían la pieza de artillería. Apuntó y apretó la palanca.

El cañón disparó.

El obús voló por el aire.

Y explotó… destrozando varias casas de pescadores del puerto, pero sin herir a Dagon, que se internó a grandes zancadas en la ciudad.

Pedro LaParca cayó de rodillas, derrotado. Al teniente de navío Winters le encontraron horas después junto al timón, encogido, en posición fetal, chupándose el dedo. Thomas Connery se sentó junto a un vencido Jacob O’Neil y le pasó el brazo por encima de los hombros.

―El agua… ―murmuraba Jacob―. El agua… El agua…

―Tranquilo ―susurró Thomas―. Tranquilo Jacob. A los otros les habrá ido mejor… Seguro.

El Suboficial  Jhon Wallis se dejó caer, agotado, encima del timón del Spectre. Sabía que tendría que acercarse hasta el Urania para recoger a los supervivientes (si los había) del impacto del barco contra el espigón pero, en ese momento, su tripulación y él mismo se habían ganado un par de minutos de paz, de descanso.

Se sacó un cigarrillo y antes de que le iluminase el candor de la cerilla, una luz blanquecina le iluminó a su espalda. Jhon Wallis “El Jefe” se volteó. Una bengala descendía lentamente iluminando el mar, donde una solitaria figura les saludaba desde las oscuras aguas.

No sabemos cómo pero, aterido de frío, calado hasta los huesos, con visibles síntomas de hipotermia y chapoteando como podía, estaba el marinero Fulton, que agitaba con fuerza, su pistola de bengalas.

La Redada (9) El Morador de las Profundidades

Guardacostas Urania

Capitán Stephen Hearst

Teniente de Navío, Martin Winter (Segundo al Mando)

Suboficial de 1ª Tolben (Cañón 75mm Proa)                   – Garrido

Marinero Bart

Marinero Ralph

Marinero Skinner

Suboficial de 3ª Chimes (Ametralladora 30 Estribor)       – Sarita

Marinero LaParca (Ametralladora 50 Babor)                   – Soler

Marinero Henson (Ametralladora 50 Estribor)                 – Jacin

Marinero Fulton (Tiene una Pistola de Bengalas)           – Toño

Grumete Taft  (16 años)                                                  – Hernán

Thomas Connery (Infante de Marina)                             – Bea

Jacob O’Neil (Sargento de Policía)                                – Raúl

El Cocinero

 

Patrullero Vigilant

Contramaestre Curtis Henley

15 Marineros

 

Patrullero Spectre

Suboficial Jhon “Jefe” Walls

15 Marineros

Las estrellas brillaban fríamente en la helada madrugada y se formaban nubes de vaho desde los labios de Thomas Connery y Jacob O’Neil mientras contemplaba cómo el submarino en el que había embarcado Annie O’Carolan se sumergía en las profundidades. Ambos se abrazaban a sí mismos, envueltos en los pesados abrigos militares que el marinero Fulton les había entregado.

Fulton era todo un personaje. Un paleto sureño, cuya voz subía y bajaba en una desafinada cantinela cada vez que hablaba, y que mientras les propiciaba un fusil y una pistola a cada uno no paraba de hablar de lo orgulloso que estaba por la misión que el Capitán Hearst le había asignado.

― ¡Tengo una pistola de bengalas! ―dijo orgulloso, mientras les mostraba la pistola.

Thomas y Jacob, acostumbrados cómo estaban a las armas de fuego, comprobaron el fusil y la pistola con movimientos mecánicos y entrenados, pero se quedaron congelados ante la declaración del marinero.

―Sil barco si hunde, soy yo quien tié que trabucar la bengala pa’ que vengan a buscarnos ―informó el marinero Fulton―. Por eso… ¡Tengo una pistola de bengalas!

En el momento en el que el submarino S19 desaparecía bajo las oscuras aguas cercanas al arrecife del Diablo, la desafinada voz de Fulton les llamó. El Capitán Hearst solicitaba audiencia en la timonera del guardacostas Urania.

Hearst estaba en la timonera, acompañado de un marinero silencioso y un oficial joven de mirada huidiza. Oteaba la oscura silueta de la ciudad de Innsmouth con unos prismáticos que depósito ante su pecho, donde resaltaba el bulto de la biblia que el capitán llevaba. Hearst se volvió.

―Reconozco que he tenido suerte con los ACE’s que me han tocado. Un soldado y un policía, hombres acostumbrado a recibir órdenes ―comenzó Hearst al tiempo que sus grises ojos despedían un brillo acerado― de ser alguno de los otros delincuentes,  tenía pensando encerrarlo en el calabozo durante todo este periplo… pero les seré franco ¡Este es mi barco! ¡Mío! ¡No de unos asesores! ¡No de unos agentes federales! No les necesito para cumplir con mi misión, porque yo siempre cumplo la misión. ¡Y al infierno con los de arriba si no les gusta! Y ahora, bajen a la camareta alta o a la cubierta principal, pero no les quiero aquí.

Thomas abrió la boca para decir algo, quizá un malhumorado, señor, sí, señor, pero Hearst no le dio tiempo.

―¡Fulton! ―el marinero llegó corriendo hasta el capitán―. Eres la niñera de nuestros asesores CIVILES especiales. A la camareta alta si quieren disfrutar del espectáculo o a la cubierta principal, si se quieren manchar las manos, me es indiferente. Pero que no molesten.

La noche comenzó a morir y las primeras luces del alba emergían desde el horizonte. Las patrulleras se acercaban hacia la costa. El Spectre al Norte, el Vigilant al sur. El Urania había detenido sus motores y parecía que iba a mantenerse cercano al Arrecife del Diablo, de oscuras y puntiagudas piedras.

Fulton guió a los investigadores por el barco, presentando a algunos de los marineros y oficiales. A proa estaba el suboficial de primera Tolben, un tipo larguirucho con una cuidada barba puntiaguda que recordaba al presidente Lincoln, ladrando órdenes a sus subordinados, tres marineros que mantenían a punto del cañón de 75mm.

A estribor, en la ametralladora del calibre 30, estaba el avezado suboficial de 3ª Chimes, un veterano de la Grande. Chimes se llevó dos dedos a la frente en señal de saludo cuando Thomas, Jacob y Fulton pasaron por su lado. Los investigadores vieron que el veterano además de la ametralladora, tenía una pistola del 45 enfundada a la cintura y un rifle del 30-06 apoyado a su lado. Contrastando con la profesionalidad de Chimes, estaba el operario de la ametralladora de calibre 50, el marinero Henson, un tipo desagradable obeso, lleno de tatuajes, cuyo apestoso hedor a humanidad les inundó las fosas nasales cuando pasaron a su lado.

En la popa había una colección de marineros y grumetes jóvenes. Fulton les señaló al grumete Taft, que había mentido al enrolarse diciendo que era mayor de edad, cuando en realidad tenían dieciséis años.

―¿Es verdad que vamos a atacar a una de nuestras ciudades? ―preguntó el grumete a Thomas. El marine asintió con la cabeza― Pero… ¿por qué atacamos a EEUU? ¿Hay enemigos en nuestro propio país?

―Eso es secreto, muchacho ―dijo el operario de la ametralladora de calibre 50 de babor, un hispano bajito y con pinta de tipo dura que se llamaba Pedro LaParca― Y de los secretos cuanto menos sepas, mejor.

La aparente calma que reinaba en el guardacostas se quebró cuando el suboficial de 3ª Chimes advirtió que había comenzado la batalla. Casi todo el mundo en cubierta se acercó hacia las barandillas para mirar hacia la oscura ciudad donde se apreciaban pequeños fogonazos por el pueblo y, si prestaban atención, se escuchaban los ecos de los disparos.

―¡Hay movimiento en las aguas cercanas al puerto! ―gritó el grumete Taft señalando.

Thomas hizo uso de sus prismáticos para cerciorarse de lo que el grumete había avistado… docenas de figuras humanoides nadando en dirección al puerto y la costa.

―¡Son Profundos! ―informó Thomas. Jacob asintió y sacó la pistola.

―¿Qu… quía dicho quí son? ―preguntó Fulton.

―Permiso para disparar el cañón, señor ―gritó el suboficial Tolben, que provisto de prismáticos también había visualizado a las docenas de figuras que nadaban cerca del puerto de Innsmouth.

―¡Ni tan siquiera lo piense, Tolben! ―aulló el capitán Hearst desde la timonera― El cañón está destinado para abatir embarcaciones enemigas… ¡No bañistas!

―¡No son bañistas! ―informó Jacob―Son las criaturas de las que les informamos durante la reunión.

La tripulación se volvió hacia los ACEs y les miraron expectantes. ¿Criaturas?

―¡Señor, nadie se baña al amanecer en febrero, señor! ―argumentó Tolben volviendo a mirar por sus prismáticos.

―¡Eso son paparruchas! ―gritó Hearst―¡Nadie dispara hasta nueva orden! ¡Les ha…!

Los barcos patrulleros abrieron fuego.

Los primeros disparos los inició el Spectre y rápidamente le imitó el Vigilant mientras el capitán Hearst no terminaba de creérselo. Thomas murmuró una palabrota, se posicionó en babor, el lado que más facilidades ponía para abrir fuego, clavó rodilla en la cubierta, apoyó el rifle contra su hombro y disparó.

La bala viajó un centenar de metros para impactar sobre una oscura forma que nadaba en el agua.

―… ¡A qué está esperando! ―gritó el descolocado capitán Hearst―. Fuego a discreción sobre… ¡Fuego a discreción, maldita sea! ¡Fuego a discreción!

Los operarios de las ametralladoras dispararon sin dilación, Pedro LaParca aulló de gusto mientras su calibre 50 escupía una lluvia de metal incandescente. Henson escupía una ristra de improperios. Algunos marineros imitaron a Thomas, cogieron rifles y dispararon con más o menos acierto desde cubierta.

El Capitán Hearst comenzó a ladrar órdenes para girar el barco y mejorar la posibilidad de disparo de los tiradores. Para finalizar, Tolben disparó el cañón y su proyectil explotó en el agua, creando un gran géiser de agua negra.

Y no vieron más nadadores.

El Capitán Hearst comenzó a vociferar desde la timonera lo orgulloso que estaba  de la actuación de sus hombres, al tiempo que Thomas y Jacob se miraban el uno al otro, preocupados.

Había sido muy fácil.

Entonces el marinero Fulton palmeó la espalda de Thomas y Jacob… no felicitándoles, sino llamando su atención.

―¿Quís eso? ―preguntó al tiempo que señalaba una palmípeda zarpa que se aferraba a la baranda, cerca de ametralladora del calibre 30 que había a babor.

―Es el momento de disparar tú bengala ―dijo Jacob al tiempo que alzaba su Colt. 45 y disparaba contra la cabeza del monstruo que se izaba en ese momento hasta la cubierta. Thomas lo contempló paralizado, pues aunque había visto híbridos muy cercanos a la transformación completa y había escuchado el relato de sus compañeros era la primera vez que estaba, cara a cara, ante un profundo de Innsmouth.

Los disparos de la pistola de Jacob desviaron la atención de los marineros del Urania del lisonjero discurso del Capitán Hearst, y la bengala de Fulton descubrió el silencioso abordaje de los monstruos. Una docena de profundos habían trepado por el casco y se encaramaban alrededor de los puestos de ametralladoras y de la proa.

Mientras Fulton recargaba, Thomas salía de su bloqueo y Jacob no dejaba de disparar a los monstruos que se lanzaron sobre el operador de la ametralladora del calibre 30 de babor. Una de las criaturas abrazó al marinero y lo arrastró consigo al mar, a las profundidades.

LaParca intentó movilizar su ametralladora ante las criaturas que le rodeaban, pero estaban tan cerca de él que no podía encañonarlas con el arma, al tiempo que pedía ayuda cerró el puño y le propinó un soberbio puñetazo a una de los anfibios monstruos y lo derribó devolviéndolo a las aguas.

Chimes disparó con su fusil a uno de los monstruos. Henson empujó a otra criatura tirándola por la borda. Tolben sacó su pistola reglamentaria y disparó sobre los invasores, al tiempo que ordenaba a sus marineros que se armaran para repeler el ataque.

El grumete Taft corrió hacia la popa para aprovisionarse de un fusil o un arpón del armario de las armas, pero, por encima de los sonidos del combate, escuchó los chillidos horrorizados de otro marinero, encogido en un rincón, que contemplaba sobrecogido de terror una criatura que se bamboleaba por la cubierta de popa.

Este ser era una abotargada masa de carne pálida con un hinchado vientre, una cabeza que no se diferenciaba del torso, sin ojos, pero sí con un órgano circular con la consistencia de una esponja y una pareja de apéndices tentaculares de apariencia cóncava que servirían como fauces. Su piel es semigelatinosa, transparente, y permitía apreciar los órganos internos que se agitaban bajo la misma. Disponían de cuatro culebreantes tentáculos y otras cuatro pesadas zarpas con apariencia de aletas y con cada paso arrastraba un vomitivo tufo a pescado podrido.

Uno de los tentáculos agarró del tobillo al aterrado marinero, lo arrastró hacia él y de un violento zarpazo lo destrozó en tres pedazos ensangrentados.

El Morador de las Profundidades
El Morador de las Profundidades

El grumete Taft se quedó inmóvil ante las visceras calientes que aterrizaron a sus pies y la criatura, un Morador de las Profundidades, un aberración entre las aberraciones submarinas que habitan en Y’ha-nthlei, lo apresó con un tentáculo. Taft no salía de su estupor, el terror lo había inmovilizado, congelado.

Jacob, Thomas y Fulton vieron de reojo al monstruo. El Suboficial Chimes, que acababa de abatir a otro profundo, también. LaParca intentó golpear a otro monstruo anfibio que intentaba izarse a cubierta, pero su golpe no le hizo nada y el profundo aprovechó para lanzarle un zarpazo, el desgarro destrozó el abrigo de LaParca y tres rojas heridas comenzaron a sangrar. LaParca creyó que iba a morir, hasta que un machetazo efectuado por el Cocinero del Urania, armado con cuchillos de cocina y la hachuela de cortar carne, malhirió al profundo que saltó al mar.

En proa, el suboficial de primera Tolben y sus muchachos disparaban a los monstruos que intentaban abordarles poniéndoles en fuga. Henson acabó sacando su pistola y abatió a los profundos que le cercaban.

En la popa, Jacob, Thomas, Fulton y Chimes asistieron, a cámara lenta, a la visión del Morador de las Profundidades alzando del suelo al grumete Taft e introduciendo su cabeza entre sus potentes fauces. Tras un crujido húmedo, le arrancó la cabeza y la devoró ante la atónita mirada de los Investigadores. Chimes y Jacob estallaron, corrieron hacia el monstruo, enajenados por una venenosa y homicida rabia, que les nublaba el juicio. Thomas le disparó dos veces con su fusil y las balas se hundieron en la gelatinosa piel del monstruo… que no parecía afectado por los ataques y caminaba pesadamente hacia el suboficial Chimes y Jacob.

En su carrera, Chimes se plantó a bocajarro del monstruo y le pegó un tiro en esa amalgama de tentáculos ensangrentados que tenía por cara, arrancándole medio órgano esponjoso… pero el ser le propinó un violento zarpazo, salpicando la cubierta con su sangre. Jacob impactó con un certero disparo de su pistola, pero el monstruo seguía en pie, sin inmutarse… hasta que una deflagración roja cruzó la cubierta, y una bola de fuego emergió en donde estaba el palpitante órgano esponjoso… La bengala chisporrotea, mientras el monstruo cayó a plomo sobre la cubierta llena de sangre. Todos se giraron hacia Fulton  que les sonreía con candidez, luciendo su humeante pistola lanzabengalas.

―¡Cómo paricía que las balas no le hacían ná, he probau suerte! ―exclamó emocionado… aunque su sonrisa se entristeció al ver el decapitado cadáver del grumete Taft.

Había mucho revuelo en el Urania. Un profundo había conseguido destripar a tres marineros antes de que lo abatieran a tiros, había cuatro desaparecidos en combate y el monstruoso morador de las profundidades había matado a dos más. Muchos tripulantes del Urania aún corrían de un lado a otro, disparando con los rifles a las oscuras aguas, enarbolando arpones o cuchillos, lo primero que cogían, corriendo aterrados ante la visión de los monstruos marinos.

El Capitán Hearst comenzó a gritar desde la timonera… sus ojos grises habían perdido la fiereza con la que comenzó la misión. Monstruos… Los monstruos eran reales, eran reales. El capitán se sobrepuso, exhortó a su tripulación a que volviera a sus puestos, ordenó a Tolben que preparase el cañón, a los operarios de ametralladoras que volvieran a sus puestos, que tuvieran las armas prestas para el combate, ordenó que se atendiese a los heridos, que hubiera un conteo de bajas…

Hasta que el marinero Ralph, miembro del equipo del cañón se alzó por la proa, señalando al sur y gritando:

―¡Dios mío! ¿¡Qué es eso!?

Algo emergía de las profundidades y el viento transportaba un hedor nauseabundo hasta el barco que fue bañado por una luz naranja que emergió de la gran explosión que estalló en el puerto de Innsmouth.

Algo había explotado. Algo que había volatilizado varias casas en la ciudad. El caos se desataba en el pueblo al tiempo que algo emergía del mar. En la ciudad, los habitantes se despertaron ante las explosiones, los disparos, la invasión.

―Innsmouth se defiende ―auguró Jacob O’Neil al tiempo que recargaba su pistola.