Escuadra Apod
Capitán Anthony Corso (MUERTO)
Cabo “The Kid” Ditullio (Boxeador) ― Sarita
Cabo Interino Rowan (Ingeniero Químico) ― Raúl
Soldado 1ª “Leprechaun” O’Brien (Ladrón) ― Bea
Soldado 1ª “Bullseye” Dalton (Cazador) ― Toño
Soldado 1ª “Estatua” Drake (Jugador de Baseball) ― Jacin
Soldado Raso “El Muro” Rondale (MUERTO)
Liam McMurdo (Conductor) ― Soler
Angus Lancaster (Arquitecto) ― Garrido
Escuadra Sky
Sargento “Sarge” Emile Kowalsky
Cabos Grabatowsky y Wozniasky
Soldado Raso Davronowsky
Soldados 1ª Caronosky, Kozlowsky, Muskowsky y Prochowsky
Soldado de Primera Hammer (Experto en Explosivos) ― Hernan (2)
Cuando el soldado de primera Hammer atravesó las puertas dobles de la Orden Esotérica de Dagon se encontró a media escuadra Apod apuntándole. El cabo The Kid Ditullio parecía estar perfectamente, al igual que Billy Rowan, que tras pegarle un tiro en el pie a Bullseye Dalton, se había ganado el apodo de “Friendly Fire” Rowan. Dalton además del pie herido, llevaba el pecho vendado por el zarpazo de un profundo. Leprechaun O’Brien estaba doblando el estandarte de la Orden Esotérica de Dagon, otro “souvenir” que se llevaría a casa. Uno de los ACEs, el amanerado, tenía el brazo vendado, pero el otro estaba perfecto a excepción de cortes y magulladuras. Y estatua Drake tenía el cuello oculto bajo unos prietos vendajes y el rostro ceroso.
El suelo estaba repleto de cadáveres. Algunos no eran cadáveres humanos.
― Sansón ―soltó Hammer, recordando la contraseña del Proyecto Alianza.
―¿Tú eres gilipollas, no? ―le espetó Ditullio―. ¿Y el resto de refuerzos de la escuadra Sky que hemos solicitado?
―Sólo he podido venir yo ―contestó Hammer―. Llevo una mochila de carga explosiva para derribar este antro… y granadas. Sarge Kowalsky no podía permitirse prescindir de más hombres. Nos estamos enfrentando contra medio pueblo y más… cosas… Han empezado a salir hombres rana de las alcantarillas, monstruos acuáticos del río y unas serpientes voladoras.
Los miembros de la escuadra Apod se volvieron hacia los ACEs, Angus Lancaster y Liam McMurdo. De hecho, Angus que se había colgado a la espalda la extraña espada con la que el sectario decapitó a El Muro Rondale, miraba a Liam que boqueaba, intentando recordar algo sobre serpientes voladoras.
―Eso es nuevo ―contestó el Finn.
―Bueno, cabo ―siseó Estatua Drake con sorna ―, tú mandas.
―El piso superior está vacío ―recordó Leprechaun O’Brien.
―Así que sólo quedan esas tétricas escaleras que van… a abajo ―remarcó Friendly Fire Rowan.
―¿Y el capitán Corso? ¿Y el Muro?―preguntó Hammer al percatarse de que faltaban miembros de la Apod.
―¿Qué pedazo quieres que te muestre Bullseye? ―contestó agriamente Dalton.
―Muy bien. Leprechaun y Hammer iréis en cabeza. Bullseye y Rowan le siguen. Luego los ACE ―Ditullio se encaró con Angus―, que van a dejar de hacerse los héroes e irse a pegar tiros en solitario. ¿Capicce?
―Cristalino ―contestó Angus.
―Pues que se note. Yo cierro la formación.
―¿Y yo qué? ―inquirió Estatua con un hilo de voz.
―Tú estás muy débil. Te quedas a esperar a los refuerzos.
―Vale, pero primero me la vas a chupar.
―No es una broma, soldado.
―Me paso por el forro de los cojones tu graduación, Ditullio ―siseó Drake con los dientes apretados―. Y ahora dime en que parte de la formación quieres que vaya.
The Kid le mantuvo la mirada a su compañero durante unos tensos segundos. Una mirada desafiante, llena de determinación.
―En cabeza, con Leprechaun. Hammer, a la retaguardia conmigo ―mientras los invasores quitaban seguros, hacían saltar cerrojos y correderas, el cabo se agarró al soldado herido por el antebrazo―. Ten la Thompson a punto.
―Descuida, meapilas, lo tengo todo controlado.
Liam se apostó junto a Angus ante la estrecha escalera que se internaba en las profundidades. El conductor miró al arquitecto.
―¿Qué? ¿Cómo se te rompió el estoque te has hecho con una espadita nueva?
―Es más grande y pesa más… pero los fundamentos son parecidos ―informó Angus.
―Ya. La parte que pincha se clava en el rival y esas cosas.
―Esas cosas.
―Angus.
―¿Qué?
―Te quiero.
Angus se volteó hacia su compañero, con las mejillas sonrojadas y el corazón en un puño.
Liam se estaba descojonando en su cara.
―¡Aún sigues cayendo en esa broma! ―se mofó el conductor de rostro quemado―. ¡Tendrías que verte el careto, macho!
Liam le palmeó la espalda, antes de que Ditullio ordenara silencio.
Mientras descendían por las estrechas escaleras, en las que sólo podían bajar por parejas, comenzaron a mancharse con un sucio limo que ensuciaba las paredes.
Había tres tramos de escaleras, cada uno decorado por una banderola iluminada por una solitaria antorcha, similar a la que Leprechaun había afanado sólo que en estas, además del despreciable signo de la orden, había algo escrito:
Primer Juramento de Dagon
¡Ia, Dagon, Ia!
Juro, por mi sangre, que guardaré el secreto de tu presencia y la de tus hijos, contra oídos ajenos, sucios extranjeros y otros villanos
¡Ia, Dagon, Ia!
―Alentador ―murmuró Drake.
―¿Qué es eso? ―preguntó Billy Rowan a sus espaldas.
―¿El qué?
―Yo también lo oigo ―afirmó Leprechaun.
Se escuchaba un rumor. Una cantinela que llegaba desde el subsuelo y se repetía una y otra vez.
En el siguiente tramo de escaleras encontraron otra banderola:
Segundo Juramento de Dagon
¡Ia, Dagon, Ia!
Juro, por mis manos, que volcaré mi esfuerzo en prestar ayuda a la Orden Esotérica y sus sacerdotes, a tus hijos, los que moran en Y’ha-nthlei, y a ti, oh, gran Dagon
¡Ia Dagon, Ia!
El rumor ya era distinguible.
―Dagon. Dagon. Dagon. Dagon. Dagon. Dagon. Dagon.
En el tercer tramo de escalera había otro estandarte:
Tercer Juramento de Dagon
¡Ia, Dagon, Ia!
Juro, por la sangre de mi progenie, tomar a uno de tus hijos como mi pareja, llevarlo a mi hogar, y engendrar toda la progenie que pueda, para que tu especie crezca bajo de las aguas y en la faz de la tierra.
¡Ia, Dagon, Ia!
―¿Qué es engendrar? ―preguntó Drake.
―Tener descendencia ―contestó Rowan.
―Habla en cristiano, coño.
―Follar ―contestó Angus Lancaster.
Drake se volvió hacia sus compañeros y les miró con unos ojos febriles.
―Estas diciendo… que esta gente y los hombre rana…
―¿A qué ahora entiendes porque esta gente es tan fea? ―continuó Angus.
―A Bullseye no le importa donde la mete o deja de meter el enemigo ―contestó Bullseye―. Bullseye quiere bajar y terminar con todo esto.
―Amén a eso ―susurró Leprechaun.
Bajaron más.
Otro largo tramo de escaleras que desembocó en una árida habitación del tamaño de toda la planta del edificio masónico. Esa habitación, iluminada pobremente por una docena de antorchas, estaba gobernada por la presencia de tres gigantescas estatuas. La de la derecha representaba a Padre Dagón, un profundo enorme con un gran falo. La de la izquierda era Madre Hidra, una profundo con unos enormes atributos femeninos. Y en el medio, el Gran Cthulhu, una monstruosidad tentacular con pequeñas alas de murciélago. Las estatuas estaban hechas de una piedra negra con vetas plateadas y parecía que sus ojos de esmeralda miraban a los invasores que se prepararon para desplegarse ante el enemigo.
El enemigo eran filas y filas de fieles arrodillados, invocando el nombre de su deidad, Dagon, junto a una sarta de palabras incomprensibles. Muchos vestían túnicas, otros sólo eran simples marcados de Innsmouth, hombres, mujeres y niños. Todos entonaban la misma algarabía, a la vez.
Ante la horda de fieles había dos sacerdotes, a los cuales la marca de Innsmouth les había deformado de tal manera que parecían profundos con ropa. Se trataba de los sumos sacerdotes de la Orden, Jemeriah Brewster, cuya enorme boca lucía una hilera de finos y desiguales colmillos, y Robert Marsh, que poseía una leonada melena atrapada tras una tiara de oro argentífero.
―Escuadra ―llamó Ditullio―. Nos desplegaremos en hilera. Drake, dispara al dentón de la izquierda. Leprechaun, al melenudo de la izquierda. Bullseye, al segundo por la izquierda. Friendly Fire, al segundo por la derecha. El Esgrimista Mariposón, al tercero de la izquierda. Filete Muy Hecho, al tercero de la derecha.
―¿Ya tienen apodos? ―preguntó Rowan con voz lastimera, pero The Kid le chistó.
―Hammer tu y yo tiramos granadas… al bulto.
―Pero…
―Al bulto. ¡Vamos!
Liam supo que tras esa orden todos, incluidos él y Angus, empezaron a gritar. La adrenalina corría por sus venas, envenenaba su organismo, les empujaba a pelear. Sin embargo, el tiempo comenzó a avanzar a cámara lenta. Todo. Cada paso, cada gesto, cada respiración, cada latido.
Liam lo vio todo.
La escuadra Apod se desplegó en hilera tal y como The Kid Ditullio había ordenado. Entre los adoradores surgieron diez profundos ataviados con túnicas aguamarinas y armados con lanzas de coral. El sumo sacerdote, Robert Marsh, les dirigió una agresiva mirada cargada de odio, sin dejar de continuar con la gorgoteante letanía, pero Jeremiah Brewster les señaló con un dedo acusador mientras croaba unas áridas órdenes.
No pudieron hacer más.
La ráfaga de disparos de Estatua Drake le reventó la cabeza a Brewster. La andanada de disparos de Leprechaun O’Brien lanzó a Robert Marsh contra la estatua de Dagon, dejando su laxo cuerpo acribillado. Bullseye Dalton abatió con un certero disparo a un profundo. Friendly Fire Rowan frenó el lanzamiento de otra de esas criaturas con su tiro. La escopeta de Angus tronó, lanzando a dos profundos hacia la multitud que había a sus espaldas. Las granadas que Ditullio y Hammer arrojaron, pusieron en pie a los habitantes de Innsmouth que se levantaron, olvidaron el ritual y comenzaron a huir, por donde podían.
Y Liam observó como la corredera de su pistola se deslizaba hacia atrás. Como la bala generaba un estallido en la boca de su cañón y volaba hacia la cabeza del profundo que corría hacia él, enarbolando su venablo, antes de que el proyectil astillase su frente y le reventase la tapa de los sesos.
Los fieles salieron corriendo en tropel, la mayoría no huyó hacia los militares, que continuaron disparando sin compasión sobre monstruos, híbridos, mujeres, ancianos y niños. Huyeron hacia las estatuas, entrando por unos estrechos pasadizos que serpenteaban tras ellas, desapareciendo en los túneles de los contrabandistas.
Las granadas explotaron. Varios cuerpos volaron por el aire. Una tromba de personas asustadas se cernieron sobre los invasores que continuaron disparando. O’Brien y Rowan fueron derribados la marea de gente. Hammer lanzó una descarga con su metralleta Thompson que fulminó a cinco niños de no más de seis años. Ditullio la emprendió a golpes de culata con un profundo. Drake se escondió tras una columna para recargar su arma. Cada vez que Bullseye apretaba el gatillo, una figura caía pesadamente al suelo. Angus y Liam continuaron luchando, espalda contra espalda.
Mientras ocurría este frenesí de gente corriendo aterrada, el techo crujió.
Un golpe.
Dos golpes.
Las antorchas titilaban.
El polvo caía del techo.
Tres golpes.
Muchos, adoradores de Dagon y soldados de la escuadra Apod, volvieron la vista hacia el techo… Que se agrietó…
―No me jodas ―gruñó Ditullio segundos antes de que una enorme zarpa de batracio atravesara cientos de toneladas de tierra y piedra, arrojando escombros por doquier y enterrando bajo su peso al cabo que apodaron The Kid durante su participación en los Golden Gloves.
Dagon había llegado hasta la Orden Esotérica, había arrancado el techo y atravesado todo el edificio a zarpazos, y había abierto el suelo para llegar hasta la sala de oración. Su zarpa comenzó a tantear la sala, buscando algo.
―¡¡¡¡Ditulliooooooooo!!!!! ―aulló Drake que atravesó la sala, corriendo hacia la zarpa y disparándole con rabia con todas las balas de su metralleta. Balas que fueron como la picadura de docenas de molestos mosquitos sobre las duras escamas del titán.
La garra se agitó con la violencia de un ciclón. Golpeó y mató a una docena de sus fieles…
Y a Estatua Drake. Su cuerpo se quebró como una frágil ramita y salió despedido por el impacto, golpeando duramente contra la pared de piedra.
La zarpa se hundió en el suelo arenoso del sótano y extrajo un cono de piedra plagado de retorcidos glifos grabados en un extraño mineral ultraterreno. Se trataba de la piedra rosseta de los Glifos de R’lyeh, el libro de Dagon original.
Una mano agarró a Leprechaun del hombro. El irlandés se había quedado sin munición para la metralleta y alzó su Colt 45 contra el intruso, que era el soldado de primera Bullseye Dalton.
―Saca a todo el mundo de aquí ―ordenó el francotirador.
Leprechaun asintió con la cabeza. Ayudó a Billy Rowan a ponerse en pie y contempló a Dalton caminar con paso firme entre los últimos aterrados adoradores de Dagon, hacia el gran agujero del techo.
―¿Qué vas a hacer? ¡Bullseye!
―Bullseye va a matar a esa cosa ―dijo Bullseye antes de alzar su fusil 30.06. Disparó hacia la oscura figura del padre de todos los profundos que se alzaba a docenas de metros de ellos.
Leprechaun empujó al aturdido Rowan y se unieron a los Finns mientras los instaba a salir por las escaleras que llevaban al exterior. Hammer dejó caer su mochila explosiva ante uno de los horribles ídolos de la sala, aquel que tenía una cabeza cefalópoda. Activó los explosivos para explotaran en cinco minutos y pasó corriendo junto a Bullseye que continuaba disparando a Dagon.
El experto en explosivos de la escuadra Sky salió sin ver como la zarpa del primigenio descendía de nuevo y agarraba a ese molesto hombrecillo que continuaba atacándole en solitario. Nadie vio como el gigantesco profundo lo alzaba y le miraba furibundo. Aunque había perdido el fusil, Dalton continuaba disparándole con su pistola.
―Bullseye espera darte ardor de estómago, maldito hijo de…
Nadie vio a Dagon devorar de un bocado la mitad del cuerpo del cazador de ciervos de Iowa, Bullseye Dalton.
Y en ese momento, la mochila explosiva de Hammer detonó. Los supervivientes de la escuadra Apod salieron de la Orden Esotérica de Dagon a tiempo de ver como la estructura del edificio se venía abajo y se derrumbaba, escupiendo una nube de polvo que inundó dos manzanas.
La colosal figura de Dagon se internó a zancadas por las calles de Innsmouth, hasta llegar al puerto, donde se zambulló en el mar y desapareció.
Ver a su dios huir calmó el ánimo de los furiosos habitantes del pueblo maldito, los cuales depusieron las armas y permitieron que las tropas norteamericanas les redujeran y detuvieran.
Sentados en los escalones del derruido edificio, Angus y Liam fumaban, con aire ausente, dos horribles puros que Sarge Kowalsky les había regalado con motivo de la victoria.
Angus se volvió hacia Liam.
―Liam.
―¿Qué? ―contestó este, contemplando como unos militares conducían a un grupo de híbridos de Innsmouth que caminaban con las manos en la cabeza en fila de a dos.
―Yo también te quiero.
Liam se volvió de improviso hacia su compañero, el cual sonreía con malicia.
―¡Tendrías que verte el careto, Filete Muy Hecho!
―Me has cazado, pero bien, Esgrimista Mariposón.
Y, entre tanto horror y caos, Liam y Angus estallaron en carcajadas, como hacía diez años